martes, 28 de junio de 2016

Dinero de ida y vuelta


-Doctor Bauman, se lo haré corto: el problema es que, de un tiempo a esta parte, no sé bien quién soy.
-No se queje, al menos sabe quién soy yo.
-Sí, claro, usted es el doctor Bauman, pero, como comprenderá, no he venido a su consulta para saber quién es usted, he venido a gastarme el dinero para recuperar mi identidad.
-Ahora que dice usted lo del dinero, son cien euros; deposítelos en esa cajita de caoba que traje de Tabasco, en México. ¿Sabe? todo el mundo piensa que la salsa Tabasco es mexicana cuando, en realidad, la fabrican en los Estados Unidos. Esa famosa salsa picante, curiosamente, también tiene un problema de identidad como usted, o como los británicos.
-Perdone, no me líe doctor Bauman, que yo no he venido aquí para hablar de política, he venido a su consulta para saber quién soy yo de una vez por todas.
-Y bien: ¿quién se cree usted que es? ¿Tiene alguna idea? -se interesó el afamado psicólogo.
-Creo que soy un influyente escribano de la corte del rey Alfonso X El Sabio.
-¿Y desde cuándo tiene esa sospecha?
-Desde que subí al Castillo de Monteagudo y me dió un yuyu.
-¿Había desayunado bien esa mañana?
-Sí, para otras cosas no, pero para eso soy muy metódico. Todas las mañanas, da igual que sea verano o invierno, desayuno lo mismo.
-¿Y qué es lo que suele desayunar usted, si se puede saber, Bernardo?
-Primero me como un plátano y después me tomo un café con leche muy caliente con dos magdalenas.
-¿Siempre?
-Desde que tengo uso de razón.
-¿Y desde cuándo, más o menos, se cree en uso de razón?
-¿A qué viene esa pregunta, doctor?
-Lo digo por lo de su pérdida de identidad, no por otra cosa.
-En realidad, doctor, no creo que la haya perdido, sé que me llamo Bernardo Gómez del Portillo y Calatrava, casado en terceras nupcias con una dominicana de carnes prietas, pero desde que subí al Castillo de Monteagudo, aquella mañana tormentosa, estoy sintiendo esta extraña sensación. Sin saber muy bien el motivo, toda vez me hube recuperado, fui al museo arqueológico y me estudié concienzudamente todos los facsímiles de los libros que, supuestamente, escribió el rey sabio pero que estoy convencido de que, en otra tiempo, escribí yo.
-Entonces lo que usted me confirma es que sufre un desdoblamiento de la personalidad desde que subió a ese castillo, ¿no es cierto?
-Sí, podríamos considerarlo así.
-Perfecto, pues prosigamos por esa vía. ¿En ese momento, iba usted con alguien?
-Bueno, tan sólo con mi perro, pero un rayo lo dejó carbonizado.
-¿Cómo que carbonizado?
-No quiero hablar de eso, fue algo horrible.
-¿Usted lo vio todo?
-Sí, claro, perdí la vista durante dos semanas, pero posteriormente la recobré.
-¿Y su perro?
-Ya le he dicho que mi perro quedó como un leño después de estar toda la noche ardiendo en Las Hogueras de San Juan.
-¿Debió ser duro?
-Muy duro, doctor. Muy duro. No sé si tendrá usted perro, pero le aseguro que ese perro lo era todo para mí.
-¿Y se ha comprado otro?
-No, pero le escribo cartas a diario.
-Ahora lo comprendo, por eso dice usted que es un escribano.
-Tal vez. No lo tengo muy claro. A veces pienso que todo esto que me pasa es por el efecto del rayo.
-Es probable que tenga algo que ver. ¿Qué le parece que hagamos un pequeño ejercicio, señor escribano?
-Claro, doctor, estoy dispuesto a lo que sea con tal de aclarar mi identidad.
-A ver, tome este papel y este bolígrafo y escríbale a su perro.
-¿De cuánto tiempo dispongo, doctor Bauman?
-No se preocupe por eso, usted escriba todo lo que le venga en gana, de mientras, yo continuaré leyendo un poquito. Si tiene cualquier consulta, no dude en preguntarme.
Bernardo Gómez del Portillo y Calatrava comenzó a escribir. El doctor Bauman comenzó a leer. Los minutos fueron pasando como a cámara lenta, plomizos, pretendiendo favorecer con su parsimonia a ambas partes en su intelectual cometido. Bauman no levantaba la cabeza de su libro, todo lo contrario que Bernardo que parecía no avanzar demasiado con la misiva a su difunto can.
-¿Qué lee, doctor?
-Un viejo libro japonés que escribió un tal Kobayashi. Sabe...al pobre lo mataron unos policías de su majestad imperial de una paliza. ¿Qué injusticia, no le parece?
-Más injusto es lo que le pasó a mi perro.
-Por favor...¡no compare!
-Ya veo, a usted no le gustan los perros, es eso. Lo había notado desde el principio.
-Sí, lo confieso, los perros no son santo de mi devoción. Desde que me atacara uno de pequeño les guardo cierto rencor.
-¿Y cree usted que es justo que paguen todos los perros por lo que le pasó, hace tanto tiempo, con uno?
-Es cierto, no le puedo quitar la razón.
-¿Se ha tratado ese trauma infantil con algún colega?
-No.
-¿Por qué?
-No me gusta mostrar mi debilidad, y menos áun delante de otro colega de profesión.
-Pues ya lo está usted haciendo, así que aproveche la oportunidad y desembuche ahora o calle para siempre.
-¿En serio es usted psicólogo?
-Hice la carrera en la Complutense y un máster en psicología forense en la de Navarra. Así que, si le parece bien, deposite en esta cartera de piel de vaca de la marca Montblanc, fabricada en Suiza, los cien euros que le acabo de sufragar, y prosigamos la terapia que falta le hace. Todo el mundo piensa -aclaró Bernardo- que la marca Montblanc es una marca para excéntricos asquerosamente ricos, pero yo soy de los que opinan que la elegancia no tiene precio. Pero, como le iba diciendo: Cuando tenía siete años, el pastor alemán de mi vecino se abalanzó sobre mí y...
-Perdone, Bernardo, mi abuelo, en paz descanse, repetía una y otra vez que el dinero es como un yo-yo: lo mismo que viene se va -comentó meditabundo el doctor Bauman, interrumpiendo la explicación del paciente venido a más.
-En eso estoy totalmente de acuerdo con su abuelo, pero le ruego que no vuelva a interrumpir que no tenemos toda la tarde -exclamó Bernardo- que yo, a diferencia de usted, tengo la consulta de bote en bote.

10 comentarios:

  1. Razón que tiene el abuelo... ah y el pobre medico...
    Besitos

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  2. Entre loqueros anda el juego. Como en este país.
    Saludos

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    1. Sí,la mitad estamos locos y la otra mitad se lo hace...Un abrazo, Mario.

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  3. Subir al castillo de Monteagudo es una experiencia inenarrable y duradera. ¡No me extraña que Bernardo se haya quedado "encantado"!
    ¡Estos psiquiatras sí que tienen cuento, jajajaja!
    Salu2 monteagudeños.

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    1. Monteagudo, desprende historia por sus cuatro costados. Saludos.

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  4. Estos tipos me volvieron mas loca ,y creo que no seria recomendable subir dicho castillo de Monteagudo,a menos que quieras llevarme! pero preparado para pagar la terapia.

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    1. Ven, Maricruz, que te llevo. Hace poco que estrenaron su centro de interpretación. Saludos

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  5. Ese castillo debe de tener algún encanto especial. ..

    Un abrazo. Muy buen relato.

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    1. Sin duda, mucha, mucha historia, y mucha magia, también. Saludos.

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