martes, 16 de octubre de 2018

Setas


Me gustan las setas. Sin asumir riesgos innecesarios, pero me gustan. Nunca he sido de echarme al monte, y jugarme la vida a discreción, por el simple hecho de ahorrarme unos tristes euros. Me gustan las setas por su gran diversidad de sabores y texturas. Me gustan las setas porque las considero un género enigmático, cercano a las plantas pero sin llegar a serlo. 
Ni que decir tiene que las setas tienen su morbo. El morbo de la muerte y de la alucinación. El morbo de los viejos rituales y de los viajes astrales. Las setas son el misterio por antonomasia. Protagonistas de pócimas, cataplasmas, y ungüentos, ingrediente secreto de miles de recetas de cocina, y arma silenciosa para ataques selectivos y venganzas diversas.
Tal vez por eso, durante mis viajes, siempre que me encuentro con alguna persona, al borde mismo de la carretera, vendiendo setas, inevitablemente paro y le compro.
La última vez ha sido en Ucrania. La carretera discurría entre un oscuro y húmedo bosque de abedules y robles siberianos. Lo raro de aquella señora era el hecho de que estuviera ahí, en medio de la nada, cuando no se veía ninguna casa a varios kilómetros a la redonda, y el sol ya estaba por esconderse.
La anciana, como la mayoría de las ucranianas de su edad, llevaba el pelo cubierto por un pañuelo; un pañuelo tan viejo como ella, o incluso más. 
Las setas estaban perfectamente presentadas en dos pequeños montoncitos, cada uno de los cuales pertenecía a una especie diferente. Con la ayuda de Artur —mi intrépido traductor— preguntamos a la señora que cuánto costaban las setas.
—¿Depende de para qué las vayan a usar? —nos respondió la anciana mujer, regalándonos una mirada penetrante.
—¿Y para qué las íbamos a querer? ¡Para comérnoslas! —le respondimos. 
—Si son para hacer magia les saldrán más caras, y si me engañan con el uso, les saldrán más caras aún…—nos amenazó.
La verdad es que cuando Artur me tradujo el contenido de tan breve pero intensa conversación los vellos se me pusieron como escarpias. 
—Vámonos, Artur, que esto no me da buena espina…—le propuse a mi infatigable compañero.
—De acuerdo, pero antes déjame preguntarle algo más a la señora —me solicitó, Artur.
—Claro, no tenemos prisa, el trabajo de hoy ya está hecho —le respondí.
Artur, que con el ucraniano no se aclara mucho, se entendía con la anciana en ruso. La conversación comenzó tranquila pero, poco a poco, fue ganando en intensidad y decibelios, hasta que llegados a un punto, la señora se sentó en su diminuto taburete y, contrariada, dejó de dirigirle la palabra a mi traductor. 
—¿Qué ha pasado, Artur? —le pregunté, preocupado.
—Como imaginé: son setas de la zona de Chernobyl…—me contestó.
—¿Chernobyl, la central nuclear que explotó? —le pregunté confundido.
—Así es, Pepe. Esta señora, sin escrúpulos, vende setas recogidas en zonas aledañas a la antigua central —me confirmó, Artur.
—¿Y no teme poner en riesgo a los incautos que, como yo, osen comprarlas? —le pregunté a mi compañero de fatigas.
—Me dijo que eso le da exactamente igual. Al parecer, su marido y su único hijo murieron tras varios días de trabajar en la extinción del incendio del reactor, y a ellos nadie les avisó —me explicó, Artur.
—¿Y qué gana envenenando a gente inocente? —pregunté, no sin cierto enojo.
—Dice que ya han pasado más de treinta años de eso y que se pueden comer…Que ella las come a diario y aún, para su desgracia, no se ha muerto —me explicó, Artur.
—O tal vez ya esté muerta…—le dije.
Y diciendo esto regresamos hacia el coche bajo una fina capa de lluvia que había comenzado a caer.
Justo cuando íbamos a ponernos en marcha, Artur recibió una llamada telefónica de su oficina, momento que yo aproveché para responder varios correos electrónicos que esperaban con urgencia de mi respuesta.
Cuando Artur acabó la conversación, solicitó mi atención visiblemente excitado:
—¡Pepe! ¡Pepe! ¿Has visto marcharse a la señora? —me preguntó el polaco.
—No, no la he visto. Estaba respondiendo unos correos urgentes. Pero no ha podido irse muy lejos, la carretera es toda recta, a no ser que se haya metido por el bosque. Pero es muy extraño, no se ve por ningún sitio. Es como si se la hubiera tragado la tierra —le comenté a Artur, claramente desconcertado.
Todo aquel encuentro resultó muy extraño. Verdaderamente extraño. Y, como ustedes comprenderán, muy a mi pesar, me quedé sin setas.


11 comentarios:

  1. En mi casa lo único que como son champiñones en salsa con filete de lomo pero las setas para magia es algo que me llama poderósamente la atención. Quizá sean venenosas o con poderes de salir del cuerpo mo conquistar a alguna dama por muy feo que sea...De todas maneras creo que ea señora vendiendo setas para magia y además nuclearizadas, deben de ser la bomba atómica en el poder paranormal...setas radioactivas...si lo llego a saber me traes un kilo.

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  2. A ver si las esporas de las setas te entraron por la nariz y te hicieron delirar...
    Salu2 delirosos.

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  3. Yo me las como, pero no es que muera por ellas. Como moriría es si yo las buscara en el monte jeje

    Saludos

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  4. ¡Menos mal que no las compraste! A mí me gustan pero sabiendo de dónde vienen. Un saludo.

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  5. Las setas, me dan un poco de miedo. Aunque conozco algunas no las como. Besitos.

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  6. Muy extraña aparición-desaparición... y te quedaste sin setas.
    Saludos.

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  7. Hay que desconfiar siempre, vaya uno a saber si eran buenas o malas.
    A mi me gustan mucho pero las compro, no soy de ir al campo a recogerlas.
    Un abrazo.

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  8. ¿Muy a tu pesar? Más vale un par de buenos huevos fritos con morcilla que unas engañosas setas de Chernobyl.
    Un abrazo.

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  9. Interesante historia, el personaje que quiere pero no puede morir por más que lo intente siempre resulta llamativo.

    Saludos,

    J.

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