lunes, 5 de noviembre de 2018

A Piedra (Petra) Lásló


Denostada Piedra (Petra) László:

Es admirable su gran capacidad física a la hora de lanzar sus piernas. En algunas instantáneas, me recuerda usted a un aguerrido lateral derecho intentando interceptar el avance de un vertiginoso extremo, acabando con el contrario en el suelo, y él —en este caso usted—, con tarjeta roja y en la calle. En otras más bien me recuerda a una taekondista, en un campeonato mundial de la cosa, soltando estopa en pro de una medalla para su país y para su historia. En otras, si me fijo únicamente en su imagen y obvio todo lo demás, podría llegar a pensar que usted está bailando al ritmo alocado de los ochenta tras haberse fumado alguna planta aromática cultivada en el Rif. Pero, por desgracia, distinguida periodista de la desnortada Hungría, usted no está por la labor deportiva, más bien lo suyo representa todo lo contrario que propugna el espíritu olímpico del que usted parece no tener ni la más remota idea.
Sus piernas, Piedra, digo Petra, son la representación del odio hitleriano, movidas por el desprecio más visceral y retrogrado del que la especie humana, con demasiada frecuencia, hace gala. Para su descargo, Piedra, digo Petra, le diré que usted no es la única, ni tan siquiera es un raro ejemplar en peligro de extinción, más bien forma parte usted de una especie de alimaña que empieza a proliferar por todo el globo terráqueo y que amenaza con convertirse en una pandemia. 
Señora Piedra, digo Petra, que usted haya sido absuelta, después de haber sido condenada, no significa que su odio hacia los más necesitados vaya a quedar impune, usted ya pasará a la historia como la periodista más inhumana que haya accedido a tan elevada profesión. Sus hijos, sus nietos, sus sobrinos, sus colegas de profesión, los vecinos de su escalera, sus lectores, sus conciudadanos, todos los habitantes de la Comunidad Europea a la que usted hace ascos, los habitantes de todos los países desheredados de este planeta —y que son muchos—nunca nos olvidaremos de sus odiosas y enfurecidas piernas. 
Dicen que Dios le da pan a quien no tiene dientes, y ahora sabemos que Dios también le da piernas a quien no las merece. 
Señora Piedra: ¿Para qué necesita usted a sus piernas? ¿Acaso sus padres la crearon con piernas para patear a gente indefensa que huye de la guerra? 
Creo que todas estas cuestiones, a personas como usted no le afectan en lo más mínimo; sus corazones de piedra, doña Petra, no sienten el dolor ajeno, no empatizan con nadie que sufre, no percibe ni un pequeño palpito de solidaridad. Señora Piedra, digo Petra, cuide usted de sus piernas, porque su corazón ya está perdido.
Por mi parte, condenada queda para siempre. 


4 comentarios:

  1. Bueno es una suerte que en el mundo haya gentes con enormes corazones que condenaron a esta Petra...
    Con corazones más empáticos y solidarios que los de los jueces claro está...
    Magníficamente bien contada la historia y vale el dicho común "la realidad supera a la ficción"
    Abrazo

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  2. Así se enrede con sus propias piernas y se caiga de morros y se rompa la jeta, ella misma.

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