jueves, 23 de mayo de 2019

Móviles


Escribir un relato, por pequeño que este sea, sobre el teclado de un teléfono móvil, es una experiencia religiosa, más si cabe si los dedos, como en mi caso, tienen más de croquetas de cocido que de falanges de pianista.
Con asiduidad me tropiezo, sin sufrir el hecho físico de tropezar, con gente que escribe tan rápido sobre los teclados de sus móviles que, víctima de un ataque de empatía, me entristezco al pensar en lo mucho que se está perdiendo el mundo de la música al no poder contar con unas manos tan prodigiosas como esas para tocar la guitarra eléctrica, el piano, o la mismísima zambomba. Yo, como seguro que estarán pensando, soy más de zambomba que de otra cosa.
De hecho, pienso, porque mi pensamientos se estiran como un chicle: asqueroso invento el chicle, jodido invento el chicle, puto chicle el que se me pegó ayer en la suela impoluta de mis zapatos nuevos... Como les decía, que se me va el traque, en las próximas décadas, la música, las ciencias, las humanidades, inclusive el punto de cruz, por citar solo algunas importantes disciplinas, se van a perder a grandes personas que se están dejando la vida inmersos entre los misteriosos circuitos de sus teléfonos móviles.
Y esto sin citar a los que, como una chica  ayer en no sé dónde, se convirtió en un whopper sin queso poco hecho, al cruzar un paso a nivel abducida por una frenética conversación que mantenía por wasap con el novio de su prima, que es entrenador personal y eterno aspirante a bombero de una Comunidad Autónoma muy propensa a los incendios forestales.

Y discúlpenme que me lo tome a guasa, pero es que la tiene.

6 comentarios:

  1. Muy buen relato y bastante real. Saludos.

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  2. A veces me gustaría darle un martillazo al móvil.

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  3. Cuánta razón!!.
    Una sociedad absurda.
    Un abrazo.

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  4. Un whopper sin queso no es un whopper...

    Saludos,

    J.

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  5. Anédota:

    El prestigioso premio literario "Victorian's Premier Literary Award" organizado en Australia otorgó su premio en enero, y el ganador resultó ser, no un australiano, sino Behrouz Boochani, un refugiado que relató los horrores del campo de detención Manus Island -violación de los derechos humanos por una nación industrializada en pleno siglo XXI- todo un libro escrito via WhatsApp.

    Vivir para ver.

    Saludos!

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