Caravaca de la Vera Cruz, rezuma historia y leyenda por los cuatro costados, a escasamente cuarenta minutos de distancia de Murcia capital. Llegamos a ella atravesando paisajes desérticos y sierras repobladas. Baños árabes o quién sabe si romanos. Muchos almendros, que cuando florecen lo inundan todo de un color blanco y rosa, único de contemplar. Pasamos Mula y dejamos a un lado Bullas y Cehegín, ciudades todas ellas ligadas a la historia de nuestras raíces más profundas, en las que íberos, romanos, árabes, judíos y cristianos fueron cimentando el carácter y el sentir de los que hoy nos definimos como murcianos.
Es Caravaca ciudad santa que goza de privilegios papales desde tiempo inmemorial, que fue ciudad templaria y mística donde las haya.
La Cruz de Caravaca se guarda a un lado del altar, en una pequeña capilla que encontramos en su santuario fortaleza, donde un flujo incesante de peregrinos- creyentes y curiosos- no cesa de visitarla, acrecentando de ese modo, su popularidad y su veneración.
Quizás en Caravaca, queda reflejada esa histórica simbiosis, entre el poder y la religión. La espada y la cruz. El santuario y el castillo.
Caravaca acoge al visitante con el frescor de sus callejuelas milenarias, con sus típicas yemas -dulces a base de huevo y azucar- y una rica y variada gastronomía, a caballo entre lo murciano, lo andaluz y lo manchego.
Su fiesta más popular, los Caballos del Vino , son una preciosa tradición, donde los animales y los caballistas, compiten en la subida al santuario. Los caballos van ataviados con unos preciosos mantos bordados con seda y oro, cuyo valor supera con creces al del propio animal.
Si deciden venir a Caravaca -a recibir el jubileo- o a ejercer de turista con bermudas, mejor háganlo en mayo, así el disfrute será completo. Antes de marcharse, no dejen de visitar uno de sus parajes más románticos: Las Fuentes del Marqués.
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