¡Menudo gusanaco! La verdad los recordaba más pequeños, pero este gusano de seda debe ser una variedad mutante. Quizás lo pintaron chiquito, pero quién sabe si por el hecho de haberlo pintado sobre un transformador de electricidad, este se ha desarrollado de manera prodigiosa.
Yo los recuerdo muy bonicos, algunos más blancos y otros más acebrados. No hacían nada, tan sólo comer y cagar. Engordaban rápidamente, como teniendo prisa en hacer su capullo, del que a los no sé cuántos días, nos salía una mariposa. Estas eran blancas y se enganchaban por el culo, en una cópula en la que movían sus atrofiadas alitas de manera desesperada.
Cuando esto pasaba, poníamos un trocito de tela en el fondo de la cajita de cartón y la mariposa comenzaba a poner miles de huevecitos, que luego guardábamos en la misma caja hasta el año siguiente.
Nos entantaba ir a la huerta, a coger hojas de morera para darles de comer a los gusanos. Las primeras hojas siempre estaban muy altas y era muy complicado llegar hasta ellas, lo que hacía más heroica nuestra experiencia. Aprovechábamos para comernos algunas moras, blancas o moradas, estaban muy ricas.
Éramos la envidia de los niños que no tenían gusanos, pero al final siempre compartías con ellos algunos, cambiándolos por cromos de la liga de fútbol, por canicas o por cualquier otro tangible que saciara nuestro egoísmo infantil.
Ya apenas sí quedan niños que críen gusanos de seda. A mí me encantaba.
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