Recuerdo de niño que en septiembre siempre regresaba al colegio. Significaba el fin de las vacaciones. Como antidepresivo nos ofrecían en Murcia la Fería de Septiembre y con ello los coches de choque, las palomitas, la noria, las casetas de tiro al blanco- que nos proporcinaban los primeros cigarros- y la oportunidad maravillosa de subirnos a las atracciones más atrevidas de la mano de la niña de nuestros sueños.
Entre aquel mundo de ilusiones, bullicio, música y color, recuerdo los puestos de jínjoles, una fruta de la que yo no conseguía entender el placer que le producía a sus miles de adictos consumidores. Era para mí, eso sí, una fruta festiva y efímera, ya que nada más se dejaba ver durante esos días de feria.
Para aquellos que no los hayan probado, diré que tienen un sabor bastante áspero que nunca consiguió cautivarme.
La crisis horribilis nos atropelló en septiembre de 2008. Este año, septiembre nos ha traido una huelga general con piquetes informativos formados por señores, con bigote y muy malas pulgas, que parecían salidos de otra época.
El sabor de los últimos septiembres me ha dejado un regusto áspero en la boca, como cuando intentaba comer jínjoles junto a todos mis amigos y a lo único que alcanzaba es a tragarlos de mala gana.
Viendo la foto, a parte de ver su bonito aspecto, me recreo en la idea de pensar en cómo sería la escena en la que los dirigentes máximos de los mercados financieros, con su traje de Armani y sus calzoncillos de Calvin Klein por las rodillas, culo en pompa, hacen una degustación anal de jínjoles, de la mano de los bigotudos de los piquetes del otro dia, mientras pausadamente, les van leyendo el discurso final de la manifestación.
Cada vez me agradan menos los septiembres. Quizás por eso los jínjoles nunca me han gustado demasiado.
Desconosco el efimero sabor de los jijoles pero por la descripcion bien podria ser el sabor aspero de muchas cosas en la vida que sin ser fruta no cautivan.
ResponderEliminarCon la llegada de septiembre también se despiden las granadas y sus chiles en nogada, pero el octubre compasivo nos regala aceras llenas de hojas doradas que crujen al caminar mientras comemos castañas con los guantes puestos...
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