Arco 2011, Art Madrid, y varias propuestas más me tienen alucinado con tanta obra de arte por aquí y por allá. Esta borrachera artística, en pocos días, se irá desvaneciendo. Los galeristas recogerán sus trastos y sus dividendos. Los artistas recibirán sus emolumentos. Para algunos pasta gansa, mientras otros se conformarán con las migajas del festín. Los intermediarios se frotarán las manos.
Los coleccionistas guardarán sus compras en la caja fuerte de algún banco, recubiertas de alguna manta retalera, o adornarán cualquier despacho donde fluyen a raudales los apretones de manos y las firmas de contratos que nos quitarían el hipo.
El arte pudiente dejará paso al arte corriente, al artista que lucha por vender un dibujo para comer en una cutre fonda, a años luz del glamour de los restaurantes más chics. El arte subsistirá marginado dentro de una carpeta, bajo el sobaco de cualquier estudiante soñador. Saldrá a la luz en forma de un graffiti sobre la pared de una fábrica cerrada por la crisis, o resurgirá con la fuerza de un proyectil, en cualquier rotonda, en forma de macroescultura apalabrada, con un marchante políticamente afín, en una cena de cuatro amiguetes con un concejal.
El arte es mucho más que pintar buenos cuadros. Quizás para los artistas lo más difícil no sea hacer obras magistrales, lo más jodido para muchos de ellos es, y será, entender a esta absurda sociedad.
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