Aunque lo he mantenido en secreto todo este tiempo, hoy le he confesado a mi psicoanalista que vi zombis en Praga. No, no piensen mal, no fue después de degustar la exquisita cerveza checa, mi desgracia hace que sea alérgico a ese elixir que unos monjes aburridos, como todos los monjes, inventaran hace algunos siglos.
Lo que me llevó a verme lo mío con el psicólogo freudiano, fue una pesadilla que se me repite cada noche durante los últimos meses: en ella de una oficina de empleo o desempleo (INEM), como se diga esa vaina, salen 4.200.000 zombis. Estos lo invaden todo, lo hacen todo polvo, y cuando abren la puerta de mi habitación para comerme, ¡zas! me despierto con el corazón en la boca.
Lo que me llevó a verme lo mío con el psicólogo freudiano, fue una pesadilla que se me repite cada noche durante los últimos meses: en ella de una oficina de empleo o desempleo (INEM), como se diga esa vaina, salen 4.200.000 zombis. Estos lo invaden todo, lo hacen todo polvo, y cuando abren la puerta de mi habitación para comerme, ¡zas! me despierto con el corazón en la boca.
Yo le he dicho que así no puedo seguir, que me drogue, que me de corrientes, que haga lo que sea, pero no quiero seguir viendo, cómo cada noche al acostarme, son más y más zombis los que me zumban.
Ustedes dirán que no es para tanto, que soy un cagón y no es así, lo que ocurre es que después de verlos en Praga y tomarles esa foto se me quedó mal cuerpo. Juzguen ustedes mismos.
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