No descubro nada si digo que la ciudad de Cracovia es una ciudad monumental, quizás la más monumental de toda Polonia. En ella, encontraremos más iglesias, curas y monjas que perros descalzos. Sus habitantes veneran el recuerdo del papa Juan Pablo II, de la que fue su arzobispo, tanto como los fans de Elvis Presley veneran a su difunto ídolo. Visitar su castillo real y su catedral, junto con un paseíto en barca por el Vístula es tarea obligada para cualquier turista que se precie, sin olvidarnos de comprar alguna joyita de ámbar para dejar contenta a la suegra, que, pienso yo, que las suegras, serán las únicas mujeres que, hoy en día, estarán dispuestas a lucir joyas de tan fosilizado material.
Pero a lo que yo iba, no era a vanagloriar su arte medieval, ni sus basílicas, ni tampoco a sus viejos edificios comunistas que lucen en sus fachadas la hoz y el martillo. Lo que a mí me ha gustado, por mis rarezas, son las representaciones callejeras de arte, llámense pintadas, graffitis o pegatinas sobre señales de tráfico o cualquier otro mobiliario urbano. Esas expresiones artísticas me fascinan. Las busco como el que busca un tesoro y cuando las encuentro, las fotografío y me siento feliz, sabiendo que, de ese modo, ya quedan inmortalizadas para la posteridad. No me digan que esta del delfín consumista empujando el carrito de la compra, no tiene su gracia. Me encanta que la expresión plástica se desparrame por la ciudad y que no se quede tan sólo encerrada en las cárceles-museo. Lo bonito del arte callejero es que fluye libre, convirtiéndose, de ese modo, en un acto reflejo de una libertad de expresión, en otra época, tan reprimida.
Por cierto, Cracovia muy bien ¡eh!, no vayan a pensar mal.
Pero a lo que yo iba, no era a vanagloriar su arte medieval, ni sus basílicas, ni tampoco a sus viejos edificios comunistas que lucen en sus fachadas la hoz y el martillo. Lo que a mí me ha gustado, por mis rarezas, son las representaciones callejeras de arte, llámense pintadas, graffitis o pegatinas sobre señales de tráfico o cualquier otro mobiliario urbano. Esas expresiones artísticas me fascinan. Las busco como el que busca un tesoro y cuando las encuentro, las fotografío y me siento feliz, sabiendo que, de ese modo, ya quedan inmortalizadas para la posteridad. No me digan que esta del delfín consumista empujando el carrito de la compra, no tiene su gracia. Me encanta que la expresión plástica se desparrame por la ciudad y que no se quede tan sólo encerrada en las cárceles-museo. Lo bonito del arte callejero es que fluye libre, convirtiéndose, de ese modo, en un acto reflejo de una libertad de expresión, en otra época, tan reprimida.
Por cierto, Cracovia muy bien ¡eh!, no vayan a pensar mal.
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