Que le digan a uno las verdades del barquero no suele ser plato de buen gusto y ese amargo postre me lo he tenido que tragar hoy. El problema fue que, después, no encontraba la forma de regurgitarlo y los ardores de estómago me iban y me venían a la velocidad de la luz. Se me ha quedado el cuerpo resentido.
La desconocida clienta , en un admirable alarde de valentía, ha declarado que mi participación en el curso de liderazgo de la semana pasada no le aportó nada. El curso en cuestión ha recibido, en la encuesta de satisfacción, una calificación por parte de los asistentes de un nueve sobre diez, y lo había preparado yo en su totalidad, pero mi participación, en directo, es la que ha fastidiado a la buena señora.
"El curso genial, pero ese pelmazo no me aporta nada", declaró sin despeinarse.
Sigo rumiando, adentro y afuera, como un toro embolado, las razones que han llevado a esa anónima clienta, a opinar así sobre mí, y eso me ha hecho recapacitar en la cantidad de gente que pensará lo mismo que ella y no tendrá la valentía de decirlo.
Preparé ese curso como si me fuera el futuro en ello y así me hallo.
Últimamente, no sé por qué designio divino, o por qué regla de tres, las cosas no me salen como yo pretendo, sino que se revuelven como dardos contra mi conciencia, lo que me obliga constantemente a cuestionarme mis métodos, mis estrategias y mis planteamientos de trabajo.
No pretendo, en este escrito, hacer un alegato en mi defensa y atacar a la clienta, Dios me libre. Lo que saco en positivo de toda esta anécdota es el gran valor que tiene aceptar las críticas, ya estén estas más o menos fundamentadas. El mero hecho de que nos sirvan de reflexión y nos obliguen a la autocrítica , me parece algo muy valioso.
Yo no le aporté nada a ella. Sin embargo, ella, inconscientemente, me aportó mucho a mí.
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