Las crisis son tiempos de líderes. Todos esperamos mucho de ellos. Si el líder dice a la izquierda, todos vamos a la izquierda. Si, por el contrario, dice a la derecha todos giramos en esa dirección. Lo peor para todo líder y, a la vez, lo que más sufren sus acólitos es la inacción del líder, ya que, esa inacción, en momentos díficiles, hace cuestionarse a sus seguidores si ese líder es lo suficientemente valioso como para contarnos entre sus filas.
Los grandes logros de la Humanidad se han conseguido por grandes líderes. Pero los grandes líderes no eran, ni son, de piedra, sino de carne y hueso como nosotros y, por ello, también sufrieron momentos de dudas e inseguridad. La diferencia entre un buen líder y otro que no lo es, radica, precisamente ahí: en la capacidad de, en tiempos convulsos e inestables, tener la capacidad de tomar decisiones, flexibilizar posturas y cambiar dogmas y principios.
Los tiempos de crisis acarrean inevitablemente cambios, y esa necesidad de cambio se lleva, frecuentemente por delante, a todos los líderes que no son capaces de aceptarlos.
La rigidez y el inmóvilismo o esa inacción que comentaba antes, es sinónimo de inseguiridad, y la inseguiridad, en un líder, deja en tela de juicio su capacidad de liderazgo.
Hoy, mucha gente sigue anclada en el mar de las dudas, defendiendo dogmas y estrategias de otros tiempos. Hay gente atrincherada en sus recuerdos, rezando a todo el santoral, para que otros líderes nos saquen, más bien pronto que tarde, de la crisis. Hay gente que sigue creyendo que aceptar cambios supone algo así como reconocer su debílidad o su derrota, y nada más lejos de la realidad.
Liderar cambios es algo fascinante, ya que, esos cambios representan la oportunidad de volver a construir un nuevo mundo lleno de ilusiones y expectativas. Y lo que es más bonito aún, lo podríamos crear todo a nuestro antojo si fuéramos capaces de soltar el ancla que nos amarra a nuestro pasado y a nuestros miedos.
Como dijo en una ocasión el maravilloso Groucho Marx: Estos son mis principios, pero si no les gustan: ¡tengo otros!
Ya va siendo hora de que los líderes cambien las cosas.
Los grandes logros de la Humanidad se han conseguido por grandes líderes. Pero los grandes líderes no eran, ni son, de piedra, sino de carne y hueso como nosotros y, por ello, también sufrieron momentos de dudas e inseguridad. La diferencia entre un buen líder y otro que no lo es, radica, precisamente ahí: en la capacidad de, en tiempos convulsos e inestables, tener la capacidad de tomar decisiones, flexibilizar posturas y cambiar dogmas y principios.
Los tiempos de crisis acarrean inevitablemente cambios, y esa necesidad de cambio se lleva, frecuentemente por delante, a todos los líderes que no son capaces de aceptarlos.
La rigidez y el inmóvilismo o esa inacción que comentaba antes, es sinónimo de inseguiridad, y la inseguiridad, en un líder, deja en tela de juicio su capacidad de liderazgo.
Hoy, mucha gente sigue anclada en el mar de las dudas, defendiendo dogmas y estrategias de otros tiempos. Hay gente atrincherada en sus recuerdos, rezando a todo el santoral, para que otros líderes nos saquen, más bien pronto que tarde, de la crisis. Hay gente que sigue creyendo que aceptar cambios supone algo así como reconocer su debílidad o su derrota, y nada más lejos de la realidad.
Liderar cambios es algo fascinante, ya que, esos cambios representan la oportunidad de volver a construir un nuevo mundo lleno de ilusiones y expectativas. Y lo que es más bonito aún, lo podríamos crear todo a nuestro antojo si fuéramos capaces de soltar el ancla que nos amarra a nuestro pasado y a nuestros miedos.
Como dijo en una ocasión el maravilloso Groucho Marx: Estos son mis principios, pero si no les gustan: ¡tengo otros!
Ya va siendo hora de que los líderes cambien las cosas.
o que nosostros cambiemos de lideres simple o no?
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