No me he casado con una griega. No soy como Pancho Villa que se iba casando y descasando cada vez que conquistaba una nueva ciudad. Lo que ocurre es que, en este viaje a Grecia, me he encontrado, a parte de mucha crisis, mucho Porsche y Lamborghini aparcado cerca de los beach clubs y eso me ha descolocado. En las playas helenas hay un ambientazo increíble, una chicas de escándalo y unos chicos de gimnasio que cortan la respiración. Acomplejado, sólo me ha quedado el recurso gratuíto de mirar, y la mártir de mi esposa, afortunadamente, me ha dejado como cosa perdida.
Grecia es al Mar Egeo, lo que España al Mediterráneo, sin ellos no existiríamos, y como son dos mares hermanos, griegos y españoles también lo somos, aunque tengamos poca conciencia de ello.
Hemos disfrutado mucho estos días buscando similitudes, en la cultura, la comida, el lenguaje y al final, para romper el encanto, la similitud en lo que nos esta cayendo encima en esta puta crisis de los cojones, que nos lleva a todos a mal traer.
Tanto en Grecia como en España, los ricos son más ricos, y el pato "a la naranja", lo están pagando los de siempre, los que no tienen ni para poner gasolina para ir a buscar trabajo.
Nuestros dos países disfrutan como nadie de los boquerones, ya sean fritos o en vinagre. Los zarajos de Cuenca, no son de Cuenca, sino un invento griego milenario. Democracia, catálogo, ginecólogo, dinámico, esóterico, hexágono, hemiciclo o patético son tan sólo unos ejemplos de esas raíces que compartimos a diario y que no le damos el gran valor que tienen.
En esa búsqueda inconsciente de similitudes, nos tropezamos con una guerra civil similar: entre bandos de izquierdas y derechas. Con la llegada a la democracia nos encontramos con un dominio socialista. Mientras tomamos el café nos acordamos de la reina Sofía, que es griega, y brindamos a su salud, para que no se quede nunca sin laca y sin su palacio. Bastante ya tenemos con que, cada semana, a cientos de familias, los bancos les arrebaten sus casas, para que ahora dejemos a la monarquía en la calle. Eso no lo podríamos tolerar. Que la plebe termine bajo el puente, que pase, pero a nuestros reyes...¡Eso sí que no!
Y en esas estábamos, de aquí para allá, turisteando, dándole al zancajo, cuando, en un lugar impronunciable en griego, pero que traducido al castellano sería algo así como Puerto Sastre, hemos visto esta preciosa "gran boda griega". Esa pequeña capilla de la fotografía tiene más lista de espera para casarse que la Basílica de la Virgen del Pilar, y es que, las crisis, por profundas que sean, no nos quitan a las personas, griegos o españoles, las ganas de casarnos, de ir a los chiringitos de playa en Lamborghini o de jugar blackgammon debajo de la sombrilla.
De seguir esto así, veremos a ver dónde acabamos todos.
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