Él no llegaba. Aquel viejo reloj se había convertido en su peor enemigo. Ese ritmo tan plomizo le estaba carcomiendo las entrañas. Él seguía sin dar señales de vida. ¿Quién sería realmente ese hombre? -se preguntaba ella. Se habían citado, por primera vez, en aquel café de Cracovia a las diez en punto de la noche y ya eran las diez y veinte. Él seguía sin aparecer. Tras el cristal, ella, impaciente, observaba una y otra vez a la gente que pasaba como si en realidad los que estuvieran dentro del escaparate fuesen ellos. Cada vez que alguien atravesaba el umbral de la puerta de aquella moderna cafetería, su corazón daba un salto mortal. Un salto al vacío, intuía. La espera le estaba provocando un constante y extraño hormigueo por las piernas. Las agujas de aquel reloj continuaban su viaje infinito, tic-tac, tic-tac. Cada vuelta que daban aquellas maléficas agujas le convencían más de su fracaso. Definitivamente, aquel hombre con el que mantenía una estraña relación cibernética durante tanto tiempo, era nada. Puro artificio. Quedaba claro que todas aquellas conversaciones fueron una sarta de mentiras. Un burdo pasatiempo. Un juego contemporáneo sin reglas preestablecidas, pero, un juego al fin y al cabo. Con ganador y perdedor.
La bolsa de Sephora que habían pactado como referencia para ese primer encuentro contenía, ilusionadamente, un regalo que había comprado para él. Notaba sus piernas dormidas. Su boca, impasible al dulzor del té, adquiría, cada segundo que pasaba, un sabor más amargo. Cómo amargo debía de ser el sabor de la decepción. -Pensó ella-
Cansada de aquella absurda y estéril espera se levantó, con dificultad, de aquella silla tan alta que daba al escaparate. Por momentos, estaba sintiendo que de haber seguido ahí, por unos minutos más, habría acabado convertida en una maniquí.
Salió, entumecida, huyendo in extremis de aquella increíble metamorfosis. Poco a poco, calle abajo, fue recobrando vida. Las piernas, ya semiplastificadas comenzaron a recobrar su piel.
A escasos metros de aquel extraño café donde el tiempo la consumía, bajo una fina lluvía, dobló la esquina y, sin más preámbulo, arrojó la bolsa de Sephora a un contenedor de basura.
-Eres basura, hijodeputa -dijo para sus adentros.
-Eres basura, hijodeputa -dijo para sus adentros.
Muchas veces la vida es tan sencillamente encantadora como la historia que nace de una foto por demas sencilla pero sorprendentemente igual a la vida de ciertos seres humanos que aunque no viven tras el cristal nos setimos identificadas con ellas. magnifico jose.
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