La vieja motocicleta hispano-suiza ya no daba más de sí. La noche y el frío escarchaban la inocencia de aquella joven pareja que se había fugado de casa en busca de su destino. Afortunadamente, rompió a llover cuando ellos acababan de llegar a la puerta de aquella humilde y húmeda pensión iluminada, únicamente, por una farola cuyo haz de luz alumbraba la entrada a una noche de nervios y pasión.
-¿Ella es menor de edad? -preguntó la recepcionista, una mujer entrada en los sesenta y con más de cien kilos de peso.
-Sí señora, pero va a casarse conmigo -dijo él, orgulloso de su recién estrenado rol de adulto.
-¿Y usted, jovencito, es mayor de edad? -volvió a preguntar aquella señora repelente.
-No señora, yo tampoco soy mayor de edad, pero le aseguro que, al regresar a Murcia, nos pensamos casar en la Iglesia de San Lorenzo, como Dios manda, ¿sabe usted? - respondió el novio con orgullo.
-Pues más te vale chiquillo, porque cómo no lo hagas seguro que la familia de esta niña te mata a palos. Son quince pesetas -dijo la mujer abreviando el protocolo y yendo a lo práctico.
-Estoy un poco mareada, Mariano, tengo mucha angustia -dijo la joven.
-Eso es por las curvas y por el hambre. No te preocupes -respondió Mariano.
-¡A lo mejor viene ya embarazada! jajajaja - se rió la señora haciendo alarde de su mala educación.
-Estoy un poco mareada, Mariano, tengo mucha angustia -dijo la joven.
-Eso es por las curvas y por el hambre. No te preocupes -respondió Mariano.
-¡A lo mejor viene ya embarazada! jajajaja - se rió la señora haciendo alarde de su mala educación.
-Ahí las tiene señora. ¿Hay algo para cenar? No hemos comido nada en todo el día, con las prisas y los nervios, usted ya me entiende... -explicó el novio.
-Es muy tarde. Hasta mañana no se abre el bar. Yo sólo tengo aquí un poco de vino y unos torraos. Con eso se os apaciguará el hambre. Además, seguro que cuando cerréis la puerta del cuarto, ya no os acordáis ni del hambre, jajaja -se rió a carcajadas la señora por segunda vez.
La habitación se encontraba en la planta baja. Al abrir la puerta se notaba el calor procedente de las aguas termales y el olor a la humedad proveniente del baño.
-Vamos Marisa, quítate la ropa y vamos al baño. Estoy loco por abrazarte en el agua -dijo el novio, mientras se desnudaba a la velocidad de la luz.
-Me da mucha vergüenza, Mariano, y además no me encuentro muy bien. Apaga mejor la luz - dijo ella, superada por la situación.
-Marisa, si apago la luz, no veremos nada. Yo estoy loco por verte, mi amor, entiéndeme -exclamó el chico con afán de animarla.
-Enciende una vela y ponla junto al baño, así me dará menos vergüenza, Mariano, por favor -rogó la joven.
Cuando ella entró en el agua, él ya la esperaba muy nervioso y excitado.
-Venga Marisa, que me estoy arrugando como los garbanzos a remojo -dijo el joven, con humor, dejándose llevar por la ansiedad.
Ya en el agua, él la abrazó como había soñado tantas noches. Ella estaba tan asustada y nerviosa, que sus brazos habían perdido por completo la fuerza y estos apenas si le permitían rodear el cuerpo de su amado.
El agua estaba muy caliente. El vaho inundaba el cuarto y la vela crepitaba, incontrolada, como la euforia de aquel joven ansioso por sentirse hombre por primera vez.
Mariano la besaba en la boca con tal pasión que a Marisa parecía faltarle el aire.
Él no podía contener su ansiedad. Sus manos acariciaban con tesón aquel cuerpo virginal de terciopelo: sus senos, sus caderas, sus piernas... Mariano parecía no poder controlar la pasión que fluía infatigable y ardiente como el torrente de aquel manantial milenario.
Marisa apenas si respondía a aquella oleada de caricias y de besos. Un ruido en el pasillo hizo que el joven mirara hacia la puerta del baño justo en el preciso instante en el que un gato negro maullaba estrepitosamente al mismo tiempo que la vela se apagaba. Ahí fue cuando Mariano sintió como los brazos de Marisa caían inertes al agua.
-¡Marisa!. ¿Qué te pasa Marisa? ¡Marisa! ¿Qué te ocurre? Por Dios, Marisa ¡Responde, por favor!
Victima de un ataque de histeria, desnudos como iban, la saco en brazos a la recepción de la pensión, chillando por el pasillo:¡ Ayúdenme, por favor! ¡Ayúdenme!¡Mi novia se muere!¡Ayúdenme! ¡Por Dios!
Por aquella época en los Baños de Mula no había ningún médico. El más cercano, tardó casi un hora en llegar. Aunque su llegada ya no sirvió para nada.
Marisa nunca llegó a pisar, como era su deseo, la Iglesia de San Lorenzo. Mariano se marchó a Argentina y, según cuentan, nunca se casó. Jamás volvió a sentir nada por ninguna mujer. Murió en San Rafael de Mendoza portando en las manos la foto de su amada Marisa. La vida en ocasiones es así de cruel. Tuvo que morir Marisa para que Mariano nos brindara esta gran lección de amor.
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