Se me va la pinza, lo reconozco. Lo he comentado con mi terapeuta, con mi mujer, con mi madre, con mi hija, con Lorenzo "el anchoica" -que de anchoa tiene ya bien poco-, con mi carnicera, con un señor jubilado que pasea el perro, para que cague, por mi urbanización, y con un sereno del Ayuntamiento de Murcia que, antes trabajaba en Parques y Jardines, y lo tuvo que dejar tras descubrir que le tenía alergia a las gramíneas y a los olivos.
Se me va la pinza cada vez con mayor frecuencia. Aún no me han dado brotes psicóticos que pongan en peligro la integridad física de nadie, más allá de la mía propia. Uno de estos brotes incontrolables que sufro son auténticos ataques de creatividad que me llevan a poner en tela de juicio a mi propio juicio, si es que alguna vez lo tuve. Me da por escribir, cada vez con más asiduidad, relatos que, la mayoría de las veces, no tienen ni pies ni cabeza.
Lo sé, pero: ¿qué hago si no puedo evitarlo?
Aunque esto no es sólo de ahora. Antes me había dado por hacer unos collages infumables. Otras por hacer esculturas con cualquier material de desecho que encontraba por ahí. La cuestión es que tengo unas cosas...
Pero no todos los brotes tienen vinculación con el Ministerio de Cultura y el carismático Señor Wert. Ahora me ha dado por subirme a las palmeras, no sé si por llamar la atención del Señor Arias Cañete, que es el que dirige la cosa de la Agricultura y de los yogures caducados. Sí, sí: ¿A qué no es normal?. Ese raro brote, tengo que confesar, que me dio tras visualizar un vídeo en Youtube. En él, un tipo de rasgos africanos subía, con ayuda de una maroma, por el flexible tronco de una palmera, con la rapidez de un macaco. Lo visualicé varias veces, tras lo cual, hice media hora de estiramientos, otra media de carrera continua, hice ciento veintitrés flexiones, y después de tan colosal calentamiento, viniéndome arriba, salí a la calle en busca de mi primera palmera.
La encontré dos calles más abajo de mi casa. De un salto, me encarame al tronco. Como fuera de mi, fui subiendo y subiendo. Una niña que me miraba con asombro, le gritó a su madre: ¡mira mamá, un hombre mono! Ese halago de la niña, lo único que consiguió fue que, como un cohete, subiera hasta arriba y me pusiera a comer dátiles a dos carrillos. Me comí por lo menos dos kilos y medio de dátiles. La niña y su madre me miraban como si estuvieran viendo a un marciano.
Entonces fue cuando me di cuenta de que no sabía bajar. El vídeo en cuestión se terminaba justo con el tipo encaramado en lo alto, pero no se veía cómo bajaba del árbol. Presa del pánico comencé a gritar. La niña comenzó a gritar. La madre comenzó a gritar. El señor que pasea a su perro, para que cague bien a gusto, comenzó a gritar, y su perro, solidariamente, comenzó a ladrar. Vinieron los vigilantes de la urbanización. Llegó mi mujer que me preguntó a gritos si me había vuelto loco. Llegaron los bomberos. Uno de ellos, al que confundí con mi amigo Lorenzo, me ayudó a subirme a la escalera. Las trescientas personas de la urbanización comenzaron a aplaudir. Mi esposa comenzó a llorar. Al llegar adónde se encontraba, comenzó a gritarme: ¡Estas loco, Pepe! ¡Se te va la pinza! ¡Cada vez se te va más la pinza!
Pues... esto es lo que quería contarles: ¿a qué no es normal lo que me sucede?
¡Ay, cómo se me va la pinza...! Les dejo, amigos, que hoy me ha dado por hacer una receta, que he encontrado por Internet, de magdalenas con marihuana y, por mis dichosas ganas de escribir, se me están quemando.
Si , se te va la pinza , jajajajaj , úsala para tender la ropa , que en principio es para lo que se inventó
ResponderEliminarHabría sido fantástico que alguien hubiese capturado esa imagen tuya subido a la palmera jejejejej
O agarrado al cuello del bombero que se parecía a "nuestro" Lorenzo. ¿No te parece, Mario?
EliminarTambién hubiese estado bien , bonitas insta tañías para el recuerdo
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