miércoles, 7 de febrero de 2018

El dentista sádico


Me tocó la habitación Panda. El cuarto era enorme y estaba repleto de materiales reciclados. Sobre el cabecero de la cama lucía una preciosa fotografía, en vinilo, de un bosque de cañas de bambú. Del techo pendían tambores de viejas lavadoras, a modo de lámparas, comparables a cualquier instalación de la artista italiana Marisa Merz, o de la austriaca Eva Lotz. La cama estaba formada por cuatro palets sobre ruedas de carritos de supermercado. Las puertas, tanto la que daba acceso al baño como la propia de la habitación, eran puertas de viejos ascensores con más subidas y bajadas que la bolsa de New York. Pero, sobre todo, lo que más atrapó mi atención, entre todo ese tributo a lo vintage, fue una vieja máquina de escribir alemana marca Adler, de color naranja, que se exhibía sobre una vieja mesa de taller que hacía las veces de cómoda bajo un espejo que parecía sacado de un cuento de hadas. 
Entre el carro de esa vieja máquina, que bien podría ser un modelo de las llamadas portátiles, alguien había dejado, quién sabe si por olvido, un billete de veinte zlotys.
El Loft Hotel Sen Pszczoly de Varsovia es uno de esos hoteles boutique creados para sorprender al huésped durante toda su estancia. Una de las cosas que más me gusta de este singular establecimiento es su planteamiento a la hora de ofrecer los desayunos: una señora jubilada, a modo de abuela, te prepara un desayuno personalizado. Estas señoras, con ese trabajo puntual, incrementan notablemente su exigua pensión, y, sobre todo, tienen un aliciente diario que las mantiene activas y motivadas. Gustan de charlar con los huéspedes, interesarse por su procedencia, por su actividad, por sus gustos; en definitiva, humanizan la estancia hasta convertirla en una experiencia inolvidable.
Aunque lo que pretendía relatarles no era esto, lo que quería contarles fue lo que me sucedió esa noche. Aquella noche, ahora lo sé, nunca tendría que haber cogido ese billete de veinte zlotys y haberlo metido en mi cartera....
No les he contado que, llegando al hotel, se había desatado un ligera ventisca acompañada de lluvia. La temperatura también había bajado vertiginosamente por lo que, en cualquier momento, esa fina lluvia podía convertirse en nieve, cosa, por otro lado, bastante habitual en la capital polaca; como así sucedió.
Mientras me acomodaba, revisé una foto que había tomado junto a la recepción y que daba acceso a una habitación que se llamaba "El dentista sádico". Me regocijé por haber elegido la del "Oso panda". Bajo la almohada, para mi sorpresa, encontré otro billete de veinte Zlotys en el preciso instante en el que un golpe de viento abrió de par en par la ventana de la habitación y el billete salió volando de mis manos hasta encajarse dentro de uno de los tambores de lavadora que, a modo de lámpara, pendía del techo.
Raudo, en calzoncillos, me lancé a cerrar la ventana, cosa que logré tras varios intentos y con bastante dificultad. Tras tan extraño incidente, metí la mano en el tambor en el que se había posado el billete y, para mi asombro, encontré una dentadura postiza. 
Llegados a este punto del relato, me veo en la obligación de puntualizar que en las más de dos décadas que llevo viajando por el mundo para vender champús, nunca me había acontecido nada parecido, y de paso les aclararé que no soy amigo de los estupefacientes...
Continuando con el relato, les diré que dejé la dentadura sobre la mesilla, no sin antes haber guardado, a buen recaudo, el segundo billete en la cartera, y me dispuse a dormir entre un edredón de plumas de oca la mar de calentito. 
Las ráfagas de viento, que golpeaban continuamente en las ventanas, no favorecían la operación. Entre vuelta y vuelta, sentí como se abría la puerta del baño y, de repente, toda la habitación quedó inundada por un estremecedor resplandor. Entre aquella luz cegadora me pareció ver una figura humana; una figura que se acercaba sigilosamente a mí con siniestras pretensiones.
Me sentí bloqueado. Quería gritar pero de mi boca no salía sonido alguno. Quería dar un salto y salir de la cama corriendo como un velocista olímpico jamaicano, pero, de ipso facto, me di cuenta de que ni era jamaicano, ni velocista olímpico, ni tampoco mis piernas conseguían articular movimiento alguno que me brindase la mínima posibilidad de escapar.
Y así, de ese modo tan atroz, aquella sombra de forma humana, me agarró la cara, abrió mi boca como quién abre un buzón de correos, y comenzó a sacarme los dientes uno a uno. Por descontado, yo intentaba gritar, oponer resistencia, empujar a aquel espectro de forma humana que me estaba dejando mellado y sin opción alguna de volver a comer turrón del duro durante el resto de mis días.
-¿Dónde está mi dinero, turista de mierda? -me dijo aquel sádico con notorias inclinaciones por lo maxilofacial.
Curiosamente, cuando aquel despiadado dentista de las sombras me habló, yo alcancé a responderle.
-¿No soy un turista, buen hombre, soy un triste vendedor de champús? -le dije para mi descargo.
-Pues no debes vender una mierda cuando vienes a Polonia a quedarte con mi dinero -exclamó sacándome un molar, que de grande que era confundí con el de un caballo.
-Le prometo que le devolveré sus cuarenta zlotys. No sabía que eran suyos; pensé que alguien los habría dejado olvidados... -le dije mostrando  todo el arrepentimiento que era capaz de demostrar a alguien que, sin piedad, te está arrancando todos los dientes de cuajo.
-No. No hace falta que me los devuelva, al contrario, ahora le pasaré la factura de su visita -dijo arrancando con fuerza la última de mis muelas-. Tras lo cual, agarró la dentadura postiza, me la metió en la boca y exclamó -ya está, le ha quedado genial. Son cinco mil zlotys, caballero -reclamó.
-¿Cinco mil qué? -exclamé asustado por el montante de la operación.
-Acepto tarjetas de crédito, Visa, Mastercard... -dijo aquella cosa con aspiraciones sanitarias, que, de cerca, me recordó a un novio protésico dental que tuvo mi hermana.
-Me podría descontar al menos la anestesia, no le parece -le solicité al dentista más bruto del norte de Europa. 
Y en eso andaba cuando sonó el despertador. Ante el primer timbrazo, di un salto de la cama, fui a mirarme la cara en aquel espejo de cuento, y para mi regocijo vi que todos mis dientes estaban en su sitio. Bajo el espejo, sobre esa vieja mesa de taller en la que se exhibía la vieja máquina de escribir Adler, estaba mi cartera abierta. Daba la impresión de que la habían manipulado y pensé en lo peor. Pero, tras una breve revisión, pude comprobar que todo estaba en su sitio: mi documento de identidad, mis tarjetas de crédito, las tarjetas de fidelidad de cincuenta establecimientos que nunca frecuento, un billete, bien dobladito, de cincuenta euros. Estaba todo allí, excepto las dos billetes de veinte zlotys...
Y qué quieren que les diga, se me quedó una cara de tonto que, hasta el momento de relatarles todo esto, aún conservo y dudo mucho de que se me quite por algún tiempo.

10 comentarios:

  1. Jajaja, buenísima historia y tu manera de narrarla. Voy al espejo a revisar que traiga todos los dientes.
    Besos de anís.

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  2. Jajaja ese dentista no sería Mr Bean; ¿te acuerdas del personaje este inglés? Rowan Atkinson, las animaladas que hacía en esa serie televisiva, y uno de los capítulos, era ese el de dentista; entra como paciente, pero él se fulmina al dentista.

    Salud.

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  3. AY amigo! Tan tierna empieza esta historia y con detalles tan bonitos- Me han dado ganas de ir a ese hotel tan solo para desayunar. Imagino a esas mujeres que lo sirven como dulces abuelitas.
    Y cuando más arrobada estaba en el cuento...¡Zaz! Apareció el sacamuelas despiadado!

    Lo malo de esta genial historia es que, justo este viernes, tengo turno con el odontólogo y la verdad...¡pues se me han quitado las ganas de ir!
    Un abrazo y me alegro de que tus muelas sigan en su lugar...¿Los billetes? Hummmmm...da para otro capítulo.

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  4. andale!!!! por andar de coleccionista de billetes imaginarios,jajajaja.. A la otra solo tomales una foto.

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  5. Menuda imaginación. Muy divertido.
    Saludos.

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  6. Una mala pesadilla, menos mal que los dos billetes allí estaban.
    Un abrazo.

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  7. ¡ Que miedo ! menuda pesadilla. Besos.

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  8. Siempre me dejas entre el asombro y la sonrisa. Genial !

    Besitos

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  9. aah! que terror encontrarse en esa habitaciòn...y eso que no era la del dentista sàtiro. Bien, se pierde la delgada lìnea entre realidad y ficciòn, cuando visite Polonia me acordarè de esas escenas.

    Saludos.

    Saludos.

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  10. Sea como sea, el trabajo estaba hecho.
    Así pues, a pagar...

    Saludos,

    Pd. Todos los dentistas son sádicos, algunos aprenden a disimularlo con el tiempo, otros ni lo intentan...

    J.

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