Desconozco si don Rafael saltó por la ventana y se largó, emulando al personaje de la novela del sueco Jonasson, o si simplemente se hizo el sueco ante la llegada de la muerte que lo llamaba a filas. Un buen número de sus compañeros de residencia ya habían sucumbido ante la epidemia y él no quiso quedarse de brazos cruzados a esperar su turno.
Con lo puesto, puso pies en polvorosa dándole esquinazo al bicho. Sus cerca de noventa años no fueron obstáculo para que le hiciera un pase de pecho al coronavirus como Paquirri hacía con los morlacos a puerta gayola.
Don Rafael es uno de esos héroes anónimos que han trabajado toda su vida para que nosotros vivamos ahora como vivimos. Le debemos tanto a los ancianos y les pagamos con la moneda del abandono, les tratamos como a inútiles, y los enclaustramos en residencias que son lo más parecido a un cementerio de elefantes.
Todas las culturas han venerado a los ancianos como portadores de la experiencia y la sabiduría.
Hoy, por desgracia, ellos sucumben al envite de esta epidemia y hasta hay quién tiene la poca vergüenza de restarle importancia:
-Esto no es nada: ¡Sólo mueren viejos! -exclaman algunos desaprensivos.
Tal vez por ello, o porque le dio la gana, don Rafael puso pies en polvorosa.
¡Con dos cojones!
Vaya desde aquí mi más sentido reconocimiento y admiración a todos los ancianos y ancianas del mundo. ¡Muchos ánimos!
Se han dejado su vida para ponernos donde estamos y, con frecuencia, cuando ya no son útiles, se les deja arrinconados hasta que se mueren.
ResponderEliminarVaya también mi admiración por ellos. Y mi agradecimiento.
Son sabios, son un libro de infinitas historias,son la experiencia, son amor, tan frágiles y a la vez como el acero, son oro puro, el agradecimiento a ellos nos engrandece como seres humanos, y como los trates, muestra al mundo la persona que eres.
ResponderEliminarLes admiro y les respeto.
ResponderEliminarPor eso, aplaudo de corazón lo que dices.
Un abrazo.
Aparte de tener narices para pedir a su hija que fuera a buscarlo es su instinto extraordinario de conservación, de no admitir por las buenas la muerte, de rechazo a un ámbito donde estaban cayendo otros socios de alojamiento como moscas. Yo brindo por Don Rafael. Con esa mente lúcida y responsable hizo un corte de mangas a la muerte y a la residencia.
ResponderEliminarCuando pase toda la tragedia -que afecta en tres cuartas partes o más a los ancianos- habrá que pedir cuentas a organismos, instituciones y etc. para que revisen el estado de las residencia-negocio que pululan por todas partes. En esta vida hay una parte de azar indudablemente, pero otra de causalidad. No se pueden justificar los desastres solamente por el azar o la enfermedad. Hay una parte de inacción humana, de mala gestión, de falta de previsión, de medios limitados.
Don Rafael pagaba 3.400 euros al mes por estar allí.
Bien esa reflexión, JFB. A cuidarse.
Parece que eso de "los viejos" es algo que les pasa a los demás. Pero siempre habrá muchos Don Rafael, para recordarnos que todos llegaremos a esa edad. Pero algunos sin esos dos cojones.
ResponderEliminarSaludos.
A los ancianos se lea debe venerar. Son la brújula.
ResponderEliminarAbrazo que te proteja con mi cariño y toda tu familia.
Demasiada tristeza lo que está pasando. Esperemos que pronto se solucione todo. Besitos y salud.
ResponderEliminarEl ejemplo de desprecios por los viejos, como si todos no fuéramos para viejo, lo viene dando la gerente del FMI, diciendo que los viejos son una carga. Sólo le faltó que dijera, con ese espíritu nazi: fumíguenlos¡
ResponderEliminarTu entrada, hermoso homenaje a los viejos,con es pluma proverbial, tan suya, Jmurcia. Reconfortante volver al contacto. Carlos
¡Eso es!
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