sábado, 1 de diciembre de 2012

Arrebato solidario


Aturdido por las hostias que la realidad le había pegado esta puta semana, Lorenzo se levantó aquella mañana sin rumbo ni dirección. Lo único que tenía claro era que debía ir al mercado. Los churros con chocolate no fueron bálsamo suficiente como para que se recuperara de la peligrosa deriva mental por la que transitaba. Se olvidó en casa del dinero para la compra, por lo que tuvo que reducir sus intenciones e intentar comprar carne, pescado y algo de verdura con menos de 20 euros que le quedaban en su cartera. Lo único irrenunciable fueron los churros. La vendedora de la ONCE, a la que de manera incontrolada siempre acaba mirando la prótesis de plástico, que le hace las veces de brazo izquierdo, le miró sorprendida cuando rehuyó su ofrecimiento. ¡Qué llevo las mamellas que tanto te gustan! - le gritó la lotera. Qué malo es conocerse -debió pensar él. 
Se quedó sin mamellas, como yo me quedé sin abuela. La compra fue tan rápida como el orgasmo de un eyaculador precoz, y las bolsas, anoréxicas,  tan sólo acogían en su interior productos de bajo coste: casquería, morralla, tomates para freír -que luego serían para ensalada- y fruta tan madura que tan sólo serviría para puré.
Él compraba de esa forma por la gandulería de no volver a casa a por el dinero, ya que en los mercados tradicionales aún no se puede pagar con tarjeta de crédito y desde joven sufre una alergia incomprensible hacia los cajeros automáticos,  pero eso le sirvió para fijarse en algunas personas que iban, puesto tras puesto, peleando por los precios o, inclusive, proponiendo ellos la oferta: 
-¿Sí me llevo un kilo de tomates y otro de judías verdes, me podrías regalar alguna patatica fea que tengas por ahí? -le proponía una señora al verdulero.
Algunas pedían algo de comida, directamente, en los puestos del mercado:
-¿Me podría dar algo de carne para mis hijos? -Llevamos muchos días sin probar la carne -suplicaba la señora.
-Dale un pollo a esta señora que yo se lo pago -dijo Lorenzo en un arrebato de solidaridad prenavideña.
-¡Qué Dios se lo pague, buen hombre! -respondió la mujer con lágrimas en los ojos. ¡Qué Dios le bendiga! -volvió a agradecerle ese pequeño gran gesto.
Ya sin dinero, Lorenzo sintió como su mente se había despejado. La nebulosa mental que le mantenía secuestrado aquella fría mañana, se disipó dando paso a una extraña sensación de felicidad y se olvido, de repente, de lo dura y jodida que había sido la semana que ahora estaba llegando a su fin.
Mientras caminaba hacia su coche de alta gama, Lorenzo pensó en lo felices que serían aquellos niños, al mediodía, con ese guiso de pollo, y él, también, inesperadamente, se sintió feliz.
La solidaridad es un gran desatascador mental. Qué pena que no la usáramos más a menudo.

4 comentarios:

  1. Sí que es una pena no usarla más. Me voy a la compra ahora, con el sabor de tu relato prenavideño.
    Gracias, José.

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  2. Ni a un la crisis económica mas fuerte, es capas de erradicar del corazón de muchos seres humanos la sensación que deja ver sonreír a otros y ser nosotros los artífices de tal sonrisa, lastima que solo en las épocas decembrinas salga a flote aquel espontaneo sentimiento de solidaridad que debería estar presente en toda época del año. Jose con tu relato simplemente cabe recordar que es una bendición ser tan privilegiados.

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  3. ese pollito se ve hummmmmmmm..............

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  4. que relato mas bonito, efectivamente el buen hacer de cada uno, reconforta a uno mismo, por lo menos eso me pasa a mi. esto yo lo transpolo al trabajo, cuando termina ese dia y estas contento y a gusto contigo mismo, por que has soltado todo lo ke llevas dentro, con mayor o menor fortuna, pero lo has soltado y hay gente ke te entiende y copia al momento, otros tristemente no, pero ke vas ha hacer tu lo has echo con toda tu buena fe.... yo cuando termina ese dia me siento muy AGUSTO........ un saludo.

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