lunes, 22 de julio de 2013

El mecanógrafo


Mi nombre es Lupillo Manzanero, tengo cincuenta y tres años, estoy casado, tengo seis hijos y paso por ser un mecanógrafo de tercera generación. En realidad, como mecanógrafo soy de primera ya que mi padre y mi abuelo escribían a mano. Vivo en la ciudad de León, en el estado mexicano de Guanajuato, y pongo mi puesto de escribiente cerca de las oficinas de tránsito del estado. Antiguamente mi trabajo era mucho más romántico que ahora, donde tan sólo tramito documentación relativa a asuntos oficiales y pleitos de toda índole. Antes era todo bien distinto. Escribía cartas a familiares que estaban lejos, invitaciones para bodas, bautizos y fiestas de quinceañeras, pero, sobre todo, me especialicé en escribir cartas de amor. Adquirí tanta fama que venían incluso personas de estados cercanos, como Guerrero o Michoacán, a sabiendas de que mi mediación conseguía rendir a los pies de mi cliente hasta la dama más inaccesible y testaruda de todo el país. Lástima que los tiempos hayan cambiado tanto. Ahora me aburro hasta tal punto que he pensado dejar mi oficio, venderle mi vieja Olivetti a un turista gringo aficionado a las antiguallas, poner un puesto de tacos o de hamburguesas y cambiar de vida.
Desde hace algún tiempo, y para no perder mi destreza a la hora de transmitir esos sentimientos tan profundos que tanta fama me brindaron en otro tiempo, escribo historias románticas y cuentos de amor. Muchos de ellos están inspirados en situaciones en las que me vi en la obligación de construir, ante las palabras balbuceantes y ansiosas de mis clientes, figuras de personajes inexistentes, hombres de éxito donde sólo había un triste jornalero, banqueros donde sólo había un mesero, y hombres guapos y fuertes donde tan sólo había un pequeño y debilucho jovenzuelo sin un sitio en el que caerse muerto.
Hoy, inocente de mí, mientras espero a mi primer cliente, he pretendido escribir el cuento más bonito del mundo. Del que todo el mundo platique. Al que utilicen todos los enamorados torpes como carta de amor para conquistar a las mujeres por las que beben los vientos e hipotecan sus sueños. Un cuento tan maravilloso que, al leerlo, les hiciera sentir como un atardecer en Catemaco, o como si contemplaran el azul infinito del Caribe, o la grandeza de la sonrisa de una humilde muchacha con labios brillantes de color morado. Me pierdo en el teclado buscando las letras adecuadas para construirlo, lo mismo que me pierdo cuando miro unos ojos desconcertados y chispeantes, que piden amor sin condiciones, edulcorados con sombra de ojos de color ahumado y perfilados con negro waterproof. Un cuento tan sutil como pétalos de jazmín. Como la mirada de un niña soplando las velas de su tarta de quinceañera. Como el susurro del agua de un arroyo buscando su camino, monte abajo, allá en el valle, arrastrando a su paso todo lo que antes parecía imposible de ser arrastrado. Como ocurre a veces con nuestra propia vida.
Sufro. Me duele. La construcción del cuento maravilloso se atora. Se espesan mis ideas. Odio al tráfico rodado. Sudo. Mis argumentos románticos se densifican como un chocolate sin leche y frío. Me siento inválido. Impotente. El verso huye de mi como un delincuente común lo hace de la policía tras romper el escaparate de una joyería. Somos el perro y el gato. El agua y el aceite. El frío y el calor. El norte y el sur de una maldita brújula oxidada. No creo que hoy sea ese día. No soy capaz de destilar mi elocuencia. Creo que ya no soy el que era. Mis palabras no avanzan con cordura. No convencen. No enamorarían a nadie por mucho tequila que hubieran tomado en una velada bis a bis. No. Hoy no estoy seguro de que no sea ese día en el que triunfe tu amor imposible con el apoyo de mi literatura de celestino aficionado de a cincuenta pesos. Tendrás que esperar. Sé paciente. Tal vez ese día será cuando tú y ella volváis a estar juntos. Cuando vuestras manos se estrechen y surja la electricidad como un rayo en la tormenta. Cuando vuestros labios se rocen y se convulsionen vuestros cuerpos como movidos por unos hilos invisibles e incontrolables. Cuando vuestras miradas lo digan todo sin necesidad de que las palabras hagan acto de presencia. Cuando todo el mundo se pare a vuestro paso a miraros con envidia de la buena. Cuando lo único importante en el mundo para ti sea estar a su lado. Cuando sólo con verla no puedas ni comer y las patatas fritas se te atraganten por mucho ketchup que le pongas o por mucha chela que bebas.

-Oiga, buen hombre: ¿Cuánto me lleva por rellenar este documento? -pregunta un anciano en cuyo rostro hay miles de surcos rebosantes de historias jamás escritas.
-Cincuenta pesos, señor -respondió Lupillo.
-Pues ándale mi cuate, échele ganas que nos cierran a las dos.

8 comentarios:

  1. Pepe,eres tu quien escribe esto ?, me pierdo ,me faltan pinceladas característica tullas

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  2. La verdad hay que ser alguien que guste de relatos que pongan a prueba su imaginación y tu José escribes precisamente de esos que son los que mas me gustan.......felicitaciones

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  3. Dicen que un escritor profesional es un amateur que jamás se rinde...yo por sí acaso me guardo tus relatos por sí algún día a mis nietos les arregla el bolsillo.

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  4. Joder cada dia que pasa te mejoras, que manera de describir momentos, situaciones, paisajes, etc. Me quedo cada vez mas absorto de lo que escribes, hasta incluso creo que en algunos parrafos hasta te descrbes tu mismo tu manera de darle vueltas a las cosas para terminar plasmandolas en tus relatos, siempre me gusta leerte por que siempre aprendo algo, por mi escondido que este. Fenomenal relato Felicidades. Saludos desde CT.

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  5. Comparto este comentario...este es uno de mis favoritos!

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