sábado, 3 de agosto de 2013

Conversaciones con mi planta carnívora III


Me costó, no vayan a pensar que no, conseguir esa hermosa avispa rechoncha y gustosa que tanto anhelaba Carni. No quería que al tercer día de nuestra estrambótica relación todo se fuera al garete por faltar a mi palabra. Lo que ella no sabe es que la cogí muerta flotando en la superficie de la piscina, que para la avispas debe ser algo así como un santuario donde ir a morir, como las míticas cuevas donde iban a morir los elefantes en las viejas películas de Tarzán. Aunque, pensándolo bien, para qué citaré a Tarzán si para la mayoría de los lectores es ya un fósil cinematográfico o directamente no saben ni quién es. 
¿Qué tendrá mi piscina que todas las avispas del mundo acuden allí para acabar con su vida?

-A ver, Carni, abre bien la boca que te traigo tu manjar favorito -le dije con intención de agradar y como si de una niña pequeña se tratara.
-Pero mira que eres tonto, yo no tengo boca. Eso que tu llamas bocas son mis vasos. En ellos recojo el agua, por cierto, tienes que regarme más que estoy más seca que el ojo de un tuerto. Como te decía, en ese agua pongo unas gotitas de lo que tengo que poner, los insectos se caen dentro y, allí es cuando la química actúa y yo los disfruto. No tengo dientes, pero soy una gran alquimista -dijo con arrogancia.
Con ayuda de unas pinzas deposité el molesto insecto en el vaso más grande de Carni. Al hacerlo, me sentía como debe sentirse un pájaro alimentando a sus polluelos. Dar de comer a los demás, aunque sea a una planta carnívora, es un acto de generosidad que aporta tanta satisfacción al que ofrece como al que recibe.
-Eres un cabrón, Pepe. Me has dado una avispa cargada de cloro hasta las trancas. ¿Tú me quieres matar o qué? Si es así, no me riegues y ya está. Pero, por favor, no me des avispas de tu piscina, gilipollas. ¡sácamela de ahí ahora mismo!
Pidiéndole mil disculpas, metí las pinzas por el vaso, saqué la clorada avispa de sus entrañas, ante lo que, inesperadamente, experimenté un gran sentimiento de culpa. 
-Lo siento, Carni. No sabía que te sentaba mal el cloro -le confesé.
-El cloro es un veneno que vosotros usáis hasta para beber. Allá vosotros, pero a nosotras nos sienta fatal -comentó Carni.
-No volverá a ocurrir. Cuando te ofrezca algún insecto lo cazaré sin medios químicos, te lo prometo.
-Lo mejor que puedes hacer es ir a un chino y comprar un matamoscas tradicional, esos que parecen una raqueta de badminton -me aconsejó.
-Claro, esta misma mañana lo compraré y todo lo que vaya cazando te lo iré dando: ¿Qué te parece? -le propuse.
-No te pases. Soy de digestión lenta como los reptiles. Tú, de vez en cuando, me hechas alguna avispa, o en su defecto alguna abeja. Me gustan también los saltamontes pequeños, especialmente unos que son de color verde, esos están riquísimos. Deberías probarlos. Según la Organización Mundial de la Salud, la solución al problema del hambre en el mundo pasa por que los humanos vayan incorporando insectos a su dieta. ¡Ya lo que nos faltaba a las plantas carnívoras! Después de que lleváis décadas llenando el planeta de plaguicidas e insecticidas, ahora os va a dar por quitarnos la poca comida que nos habéis dejado. Sois la leche los humanos, por donde pasáis no vuelve a crecer la hierba. No hay forma de entenderos.
Así que déjame un ratito tranquila, voy a ver si cazo algo por mis propios medios.

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