sábado, 18 de enero de 2014

Venancio Mulero XI


El primer timbrazo sonó temprano. Un Venancio pletórico, y bien trajeado, abrió la puerta con la misma alegría que un niño abriendo su regalo de cumpleaños. El cliente más madrugador del día fue el señor Florenciano.
-Hola Venancio, buenos días, ¿soy el primer cliente del día, o no? -le preguntó el caballero con urgencia.
-Así es señor Florenciano. Pase conmigo hasta la salita que voy a avisar a las chicas -le comentó Venancio con diligencia.
-Por mi no las molestes, tan sólo dile a Carmencita que he llegado. Yo sólo entro con ella. Soy hombre de una sola mujer -le explicó orgulloso.
-Me parece muy bien, caballero. ¿Y, si usted es soltero, por qué no se casa con ella? -preguntó Venancio, con inocencia.
-¡He dicho que soy hombre de una sola mujer, no de que la quiera para mi sólo -replicó el cliente.
-¡Ah!, ya entiendo. Voy a avisarle entonces, no tardo nada -dijo Venancio mientras se adentraba por el pasillo, rumbo a la habitación de la meretriz, sin entender demasiado la explicación del señor Florenciano.
En ese preciso instante el timbre volvió a sonar,  por lo que Venancio, tras dar aviso a Carmencita sobre la llegada del señor Florenciano, se lanzó corriendo nuevamente hacia la puerta a recibir a más clientes.
Al abrir, Venancio se sorprendió al ver a dos hombres uniformados. A pesar de que en su pueblo sólo había un pequeño puesto de la Guardia Civil, al instante, reconoció el uniforme de la Policía Armada. Por aquella época, los grises eran más temidos en Barcelona que los lobos en su pueblo. 
-¿Está la Lola, joven? -preguntó el que mejor llevaba dispuesto el uniforme. Dígale que ha llegado el Subteniente Márquez. 
-Ahora mismo le aviso, señor. Pero pasen... pasen a la salita, no se queden ahí en la puerta -le respondió el montañés.
Venancio se había percatado de que los dos agentes venían más borrachos que su padre cada vez que vendía una vaca, por lo que, mientras iba en busca de Lola intuía que algo, y no bueno, iba a suceder.
No le dio ni tiempo a llamar a Lola antes de que el timbre volviera a sonar. 
-Lola, por favor, el Subteniente Márquez le busca -gritó Venancio desde el pasillo, mientras corría de nuevo como un rayo hacia la puerta.
-El Subteniente Márquez... ¡y el Sargento de Primera Ortuño! -matizó el más joven de los policías, ya que el subteniente no estaba para dar muchas explicaciones.
Tras la puerta, Venancio se sorprendió al ver a dos militares con pinta de extranjeros.
-Hello boy, my gustar casa Lola y sus chicas -dijo el primero de ellos que estaba más colorado que una gamba de Huelva.
-¡Good morning! -exclamó el otro, que al parecer no hablaba ni papa de castellano.
En esto que Lola apareció en el pasillo y se sorprendió de ver a tanto uniformado.
-¿Acaso hoy es el día de las Fuerzas Armadas o qué, chiquillos? ¿O habéis cobrado la extraordinaria? -exclamó Lola, haciendo alarde de su gran sentido del humor. Venancio, por favor, acompaña a los miembros del ejército de salvación a la salita, que en un momento estarán las chicas listas para curarles las heridas -ordenó la madame con ironía.
En el pasillo, se encontraron los cuatro uniformados caminando en dirección a la salita de espera, instante en el cual Venancio percibió la misma sensación de inquietud que cuando su perro pastor se cruzaba con un gato montes.
En la sala, mientras esperaban la aparición estelar de la chicas, las miradas que se lanzaban unos a otros parecían rayos fulminantes. Venancio no se separada de los clientes, del mismo modo que nunca la hacia de su rebaño, más aún cuando, tras los primeros relámpagos, la tormenta estaba a punto de comenzar.
La llegada de las chicas, ataviadas con sus coloridos vestidos y con sus sonrisas recién estrenadas, pareció, por un momento, relajar el caldeado ambiente que se estaba propiciando entre los milicianos de ambos bandos, más propia de la Guerra Fría que de un burdel en Barcelona.
Bien jóvenes, como es norma bien sabida de la casa, los que llegan primero, escogen primero -explicó Lola con autoridad.
-Los nacionales hemos llegado primero, así que el subteniente, que por cierto hoy celebra su traslado al Sáhara Español, para dirigir la seguridad del aeropuerto de Villa Cisneros, elegirá primero -dijo el sargento que hacía las veces de portavoz de su superior.
Todo, por un momento, quedó en silencio. Sin embargo, por los gestos que los americanos hacían con la cabeza, la unanimidad de aquella postura estaba entredicho.
El subteniente, sin pronunciar palabra alguna, levantó un brazo apuntando hasta una de las meretrices. Lo que dio como resultado que uno de los del bando contrario dijera:
-¡No, esa joven ser para americanos! Gustar mucho a Capitán Malcom -exclamó el más joven de los coloraos poniéndose de pie con energía.
-¡Nada de eso, extranjeros! primero elegimos los del país, y esa chica es para mi subteniente -advirtió el sargento visiblemente ofuscado.
-¡No,no, América ser más grande y tener más poder, y capitán tener mayor rango que un chusquero de la policía gris -exclamó desafiante el que más castellano conocía de los dos.
-¿Ha llamado usted chusquero a mi subteniente? -preguntó el sargento, mientras  se encaraba con el norteamericano pese a que este le superaba en un palmo de altura.
-¡Sí, ustedes ser chusqueros, los dos ser chusqueros, todo el país ser chusqueros! -exclamó encolerizado el militar del otro lado del Atlántico.
Sin pensárselo dos veces, el sargento de primera Ortuño, al gritó de: ¡Por España y por el Caudillo! le lanzó un gancho en la mandíbula de tal magnitud que el americano cayó sobre su capitán y después acabó bocabajo en el suelo. Ortuño se sintió, en ese preciso instante, como se debió de sentir Urtain en su primer combate profesional en el que su rival le duró tan solo diecisiete segundos, y acabó en semejante postura sobre la lona.
Venancio, sintiendo herido su orgullo protector para el que se la había contratado, al ver incorporarse al capitán con intención de dar una respuesta adecuada a la agresión que acababa de sufrir el ejército estadounidense, se abalanzó sobre él con intención de calmarlo pero todo lo que recibió fue un directo en el ojo izquierdo que lo dejó K.O. a la primera de cambio. El púgil americano, soltando el brazo, no se quedaba a la zaga. De ahí, hasta que llegó a la casa una dotación completa de la Policía Armada, todo fueron golpes, patadas, jarrones rotos y sillas destrozadas. Las chicas entraron en una especie de shock. Lola atendía a Venancio que había perdido el conocimiento al primer asalto. Florenciano hizo mutis por el foro antes de la llegada de las autoridades. El caos, durante casi media hora, fue total. 
Cuando los grises y los sanitarios entraron a aquella casa el escenario era dantesco. Parecía que había sufrido las consecuencias de un terremoto. Los militares en el suelo y rodeados de enseres destrozados, las prostitutas llorando, la jefa atendiendo a los heridos.
A Venancio le hervía el ojo y todo le daba vueltas. Por momentos, lo mismo recobraba la lucidez y veía un inusual trasiego de gente por toda la casa, que su mente lo transportaba, sin control, hasta su vieja casucha pirenaica, con sus prados verdes, sus vacas y su perro. 
En ese estado tan delicado se lo llevaron los camilleros.

5 comentarios:

  1. hay Venancio no has nacido con estrella si no estrellado que mas le podría pasar a este pobre?

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  2. Pobrecito Venancio entre sartenazos y guantazos lo van a matar, el pobre ya no da para tanto. Que mala surte le ha tocado, desde que dejo su pueblo no ve la luz. “Qué bonita historia me ha cautivado”.

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  3. Yo de él me volvía al pueblo.

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  4. Al final se ara un hombre , sólo le falta por descubrí el verdadero amor , y lo que eso conlleva

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  5. Hay la leche, a este Venancio parece ser que le va a pasar de todo. se lleva todas las ostias por doquier. Supongo que algo bueno le tendra que ocurrir, no seran todo ostias. jajajajaja

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