sábado, 11 de abril de 2015

Colibrí bucal


Un día extraño y una noche más extraña aún. En realidad todo lo que sucedió aquel día me resultó bastante atípico y desconcertante. Fue uno de esos días en los que si hubiera puesto un circo me hubiesen crecido los enanos, o se hubiera estrellado el trapecista. Tan extraño que no sé cómo afrontar su descripción para que a ustedes les resulte verosímil. Sobre todo lo que me aconteció cuando ya pensaba que ese día no sorprendería con nada más. 
Esa noche, cuando por fin me logré acostar, nada más apagar la luz y cerrar los ojos, vi cómo se me acercaba, revoloteando, un diminuto colibrí. Claro, se pensarán ustedes, otro típico relato ñoño de sueños, ¡qué rollazo!. Pues no, no estaba soñando. Lo sé porque, al abrir los ojos, no lo veía, pero lo veía perfectamente cuando los cerraba. Estoy seguro de que no estaba dormido. 
Sí, lo sé, están pensando que eso es imposible, pero no, créanme. Si a mi abuelo le hubiesen dicho que un hombre se pasearía por la Luna, como Perico por su casa, tampoco lo hubiera creído. 
Veía al colibrí acercarse a beber de mi boca, como si ésta fuese una flor, o un recipiente de agua con azúcar de los que tanto les gusta beber a éstas diminutas aves. Al abrir los ojos, de ipso facto, desapareció. Aguanté unos minutos, para ver si, por fin, se apartaba de mí esa extraña sensación, abriendo mis ojos como un niño asombrado ante un enorme pastel de cumpleaños. Conté un par de minutos, -iba a decir conteniendo la respiración pero ahí sí les estaría engañando-, durante los cuales intenté no parpadear, y, al volver a cerrarlos, ya un poco resecos por el esfuerzo de mantenerlos demasiado tiempo abiertos, el colibrí se volvió a acercar a mi boca con el ímpetu de un joven dentista en el día del estreno de su clínica.
Entonces fue cuando, en lugar de intentar que se marchara, decidí afrontar la situación. 
Me senté en la cama, apoyé la espalda al cabezal, flexioné las piernas, las abracé, y me quedé con los ojos cerrados para intentar averiguar cuáles eran las intenciones de la visita de esa preciosa y desubicada ave.
Al instante, volvió a parecer. Me quedé absorto al fijarme en el veloz movimiento de sus alas, al reparar en la belleza verdosa de su plumaje, en la sutileza de sus movimientos, en la fuerte fragilidad de su cuerpo. Se acercó a mi boca, sin miedo. Como si me conociera de toda la vida. Pensé que lo que pretendía era besarme, que se trataba de un colibrí pervertido y con ganas de experiencias fuertes. Sentí su pico curvo y fino hurgar entre mis labios. No me digan por qué, pero, sumando su confianza a la mía, opté por abrir la boca para facilitar sus inconfesables y desconocidos deseos.
Y en ese preciso y precioso momento fue cuando, con su pico de cirujano, extrajo de mi boca la primera frase: "Te extraño". Me quedé atónito. Tan desconcertado que cerré la boca bruscamente y, ante lo violento de mi reacción, el colibrí, aterrorizado, se alejo a la velocidad del rayo hasta la puerta de la habitación. 
Tras esa primera extracción, y haciendo de tripas corazón, decidí proseguir con el experimento. Nada tenía que perder y mucho que descubrir en aquella especie de güija dental.
Me volví a poner cómodo. Cerré con fuerza los ojos. Abrí la boca como un tragabolas, y, nuevamente, apareció ante mis párpados. Ni él ni yo habíamos tenido bastante.
Tras acercarse con impaciencia a mi boca, que aún conservaba el olor al colutorio dental que uso tras cepillarme los dientes, que no parecía molestarle, extrajo la siguiente frase: "Nada ha cambiado y nada cambiará". 
La estética de la situación me recordó, por momentos, a las avionetas que, en verano, recorren las playas arrastrando tras de sí mensajes publicitarios del tipo: ¡Visite el Loroparque 2x1! o, ¿Vinos de Jumilla? ¡los mejores de España!.
La tercera extracción decía: "Comenzamos a morir cuando dejamos de soñar". Sin duda, estaba ante un colibrí aficionado a la filosofía. O a los cuentos de Hans Christian Andersen. O a leer mis relatos: ¿quién sabe?.
A partir de ahí, recuerdo que todo fue un continuo ir y venir y un rosario de extracciones sin dolor, hasta que me comenzó a vencer el cansancio. Solamente recuerdo otra frase: "Volveré a tu boca" o algo así.
Desconozco si mi dentadura alberga alguna singularidad capaz de despertar admiración en el mundo de la odontología, o si, mi saliva almibarada pueda traer de cabeza a esas minúsculas aves tropicales, sea como fuere, ese colibrí, de vez en cuando, viene a sacar de mi boca lo que, de otra manera, nunca saldría. 
No sé si lo habré conseguido explicar bien. Pero eso fue lo que pasó.

4 comentarios:

  1. ¡Te extraño! ¡Nada a cambiado ni cambiara! sabes José ese colibrí no es más que los recuerdos que jamás nos abandonan que pese a que no queramos verlos están ahí queriendo beber de nuestra alma, son esos que pueden ser un bálsamo o una completa tortura pero nunca se van.
    Mira no mas lo que significan "se conocen como un mensajeros, y guardianes del tiempo" También tiene significados de amor, alegría y belleza. como tus escritos amigo.

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  2. "comenzamos a morir cuando dejamos de soňar" me encanta, te la copio y la pongo en mi estado en el wasap. Siempre estoy...aunque sea en silencio...un abrazo.

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