domingo, 13 de diciembre de 2015

Para llegar al otro lado


Para llegar al otro lado, según Vladímir Lórchenkov, un moldavo que se gana la vida la mar de bien escribiendo, hace falta mucho, pero que mucho, valor. En su libro "Para llegar al otro lado", publicado por Ediciones Nevsky, ironiza sobre las peripecias que los moldavos tienen que soportar para llegar a ese otro lado del mundo, en el que la gente puede tener alguna opción de conseguir una vida digna. Ese lado del mundo es, con toda seguridad, en el que vivimos usted y yo como si no costara. 
Moldavia es uno de esos países olvidados del continente europeo, que la mayoría de la gente no sabría ni situar en el mapa, cuyos habitantes tienen que resignarse a emigrar -principalmente a Italia-, si aspiran a ganar algo más de doscientos euros al mes. Y tener una casa medianamente confortable. Y un coche utilitario de segunda mano. Y una sanidad. Y una educación. Los moldavos, como el resto de los mortales, quieren lo mejor para sus hijos y comer caliente tres veces al día.
Pensándolo bien, todos queremos llegar al otro lado. Todos tenemos ese Nirvana en nuestra mente. Ese lugar, esa situación, esa fantasía liberadora, ese espacio de conquista que se nos resiste, que se nos enquista, y que nos hace vivir a la espera de un algo que nunca llega a materializarse, y que es inherente al género humano, a nuestro inconformismo, y a nuestro instinto de supervivencia.
No hay cosa que más respete que a un inmigrante. Admiro su valentía: en la mayoría de las veces se van sin tan siquiera conocer el idioma del país de destino, caen en manos de mafias que los despluman, los engañan, los violan, los maltratan, y al final de todo ese Vía crucis consiguen llegar hasta nuestras calles para limpiar la mierda que nosotros no queremos limpiar, cuidar a nuestros ancianos a los que nosotros no queremos cuidar, servirnos de comer por unos salarios que nadie aquí estaría dispuesto a aceptar, construir nuestras viviendas, a bajo coste, para que se forren los constructores y los bancos, cultivar nuestros tomates, o hacer lo que sea, en oficial o en negro, para poder enviar un giro al mes a sus padres, los cuales se han quedado al cuidado de sus hijos, que se quedan solos sin entender muy bien los motivos de la ausencia de sus progenitores. Los niños no entienden de economía, solo de afecto.
En el libro, que les recomiendo, un tractor puede acabar convertido en un aeroplano, o en un submarino. Un Pope puede organizar dos cruzadas ortodoxas contra la hereje Italia. Cualquier idea, por rocambolesca que parezca, puede ser la definitiva para llegar al otro lado. Nada se pierde cuando todo está perdido.
En clave de humor, Vladímir Lórchenkov, nos intenta humanizar a los inmigrantes frente a esa malévola corriente ideológica que pretende deshumanizarlos y criminalizarlos. Los inmigrantes no son nuestros enemigos, son nuestros aliados. Ellos necesitan de nosotros y nosotros de ellos.

2 comentarios:

  1. Gracias por la recomendación. En Latinoamérica todos quieren llegar al otro lado también. La eterna busqueda humana.

    Saludos.

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  2. Interesante y preocupante. Quizás un libro que deberíamos leer, y recomendar todos

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