Tras más de cincuenta días de confinamiento, curva para arriba y curva para abajo, las emociones se suceden en cascada. La paciencia se agota. He decidido aislarme, en la medida de lo posible, del ruido mediático y político que se está generando alrededor de está dramática situación. Lo de siempre: los unos contra los otros y los otros contra los unos. Sigo trabajando al treinta por ciento más intenso que se haya conocido nunca.
Entre tanto, me visita con frecuencia la ansiedad. Siento a los muertos como algo ajeno, como una cifra que mide la desolación que genera un enemigo invisible que se ha erigido como el protagonista absoluto de nuestra existencia.
Debo reconocer que, en varias ocasiones, he utilizado el humor balsámico de Tricicle como terapia familiar. Soy un afortunado que cuestiona a cada minuto su fortuna. Vivo en una montaña tan plagada de vida como de incertidumbres. El futuro, como en tantas ocasiones, vuelve a ser un señor desconocido con cara de pocos amigos.
Juego a la pelota con mi hija, pero ya no hago ni bizcochos, ni puzzles. Me cuesta mucho escribir. Leo a trompicones con escasa capacidad para seguir el hilo.
A veces no me reconozco en esta inesperada reclusión. Mi día a día, como el de un feriante, se ha quedado enclaustrado entre las zigzagueantes vías de una oxidada montaña rusa.
Mi vida fluye y transcurre a través de la pantalla de un móvil. Es el arma con la que me defiendo y con la que me muero.
Sí, aun siendo una novedad, que más adelante llamaremos experiencia o episodio, esto de estar recluidos, la verdadera novedad no es el enfrentamiento relativo entre españoles en mayor o menor medida, sino la matanza causada por el virus. Veintitantos mil muertos es una hecatombe. Es algo inusual desde las matanzas de la guerra y posguerra civil. Lo novedoso en el futuro sería: que se revisara la política aplicada -a la investigación, a la asistencia sanitaria, a las inversiones en general-, que se pactaran políticas ciudadanas, civiles, en lugar de enrocarse tirios y troyanos en sus castillos de aire. Que la ciudadanía se implicara más desde la base en aportar su granito de arena tanto con sus conductas más cuidadosas como con pensar y debatir las cuestiones que nos atañen. No dejar cheque en blanco a nadie, y menos a los más peligrosos y que no dudan en permitir los riesgos de la salud pública en aras de negocios y beneficios particulares.
ResponderEliminarNo pares de soñar, de vivir, de sonreír, hay cosas que no podemos cambiar y que están fuera de nuestras manos, y efectivamente nuestra vida fluye a través del móvil, pero también ahí elegimos lo que queremos ver, anmo, pronto esto será como un mal sueño y volveremos a la lucha... diaria a la normalidad.
ResponderEliminarLo de jugar a la pelota con tu hija es un lujo.
ResponderEliminarEl móvil es un arma de doble filo, sí.
Un abrazo.
No te angusties amigo. Retoma los puzzles, los juegos de mesa, la convivencia y lo que te haga convivir con tu familia a la que regresando al trabajo estarás extrañando a cada rato.
ResponderEliminarAprovecha ahora que puedes.
Un gran abrazo de anís que te serene y regrese a tu centro.
Tienes que volver a retomar tu vida y sigue jugando con tu hija que ella te seguirá dando alegría. Besos.
ResponderEliminarPor algún lado he leído lo del síndrome de la cabaña refiriéndose a las consecuencias del encierro. Pero la verdad es que no me creo nada. Eres un afortunado, mi móvil está en la UVI camino de la UCI para después pasar directamente al sótano de los olvidados. Aprovecha el tiempo como puedas y no dejes de jugar.
ResponderEliminarSaludos.