Hace tiempo que me regalaron esta máscara y otra más pequeñita a mi hija Yolanda. No se vayan a pensar ustedes que son unas máscaras de tres al cuarto, ni mucho menos, son unas máscaras realizadas por un gran artista contemporáneo que no me quiere ver ni en pintura. La verdad -tengo que reconocerlo- este hombre conmigo no se pierde nada del otro mundo, pero, visto lo visto, tampoco me pierdo yo nada con su ausencia, cosa que he podido resistir muy bien, sin refugiarme en la bebida ni en otras drogas más snobs.
La afición por las máscaras es algo más cotidiano de lo que a priori nos podríamos imaginar. De hecho, cada vez nos mostramos menos tal como somos y lo que solemos hacer, para agradar, es mostrarnos de una forma socialmente aceptable. He conocido a gente tan camaleónica, que lo mismo eran capaces de mimetizarse en una reunión catecumenal, que, al día siguiente, liarse a romper cajeros del BBVA en una manifestación anti-sistema.
Elegimos una máscara adaptada a nuestras necesidades y detrás de ella nos consumimos con el beneplácito de la audiencia.
Luego, en la nocturnidad y con alevosía, nos cagamos en los muertos del robot y la pagamos con el que menos culpa tiene. La máscara se ha convertido en el complemento de moda para los frustrados de todo oficio y condición.
Corren tiempos de aparentar, de prótesis...y de máscaras.
Mi querido amigo no es necesario ser un artista para crear una mascara solo basta en que muchas ocaciones, sonrias de una manera deliciosamente hipocrita y tu mascara sera de concurso.
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