Esta escultura, que ahí ven, la hice hace más de diez años. Usé como molde un guante desechable de látex, que rellené con resina de poliéster. Una vez secó el experimento, lo desmoldé, le añadí un enchufe y le pegué unas monedas mexicanas. Así compuse esta obra olvidada, que dormía, junto a otras muchas, en el sótano de mi casa.
Por aquel entonces andaba yo en la búsqueda de nuevos caminos. Sufría una efervescencia vital y un inconformismo artístico y existencial que aún me atenaza y me corroe sin compasión.
Iniciaba mis viajes a México. Mi conciencia, en cada uno de ellos, quedaba impregnada irremediablemente con miles de historias, de ojos clavados en los míos pidiéndome explicaciones que yo no podía, ni aún hoy puedo, dar. Cada ir y venir era un paso hacia una imparable metamorfosis ideológica, una lucha sin freno entre el todo y el nada, entre la realidad y la ficción.
Llegué a pensar, en muchas ocasiones, que la ficción era nuestro mundo y que la realidad era aquel otro que habita a diez mil kilometros de distancia, dentro de un húmedo y sombrío jacalito, en un banco del colorista Zócalo de Oaxaca, en el cadáver acribillado a balazos en una cuneta de la supercarretera o en las mareas humanas del bullicioso metro de México D.F.
Sufría -y sufro a diario- el dolor del necesitado, del indefenso y del débil. Por ese motivo, hice esta escultura, en homenaje a los que pedían, en homenaje a todos los que piden.
Curiosamente, diez años después, las cañas se han tornado lanzas, y los que pedimos ahora somos todos: gobiernos, bancos, empresas y personas... millones de personas. Ahora todos, sin complejos, enarbolamos por bandera la limosna, como el que, equivocadamente, hubiese tomado un autobús o un tren y, al llegar al destino, dándose cuenta de su equivocación, se encontrara sin dinero para regresar. En esa esperpéntica estación estamos todos varados sin tickets de regreso.
Al parecer, la sociedad, cebándose en la codicia, erró su rumbo. Después de fotografiarla, la guardaré de nuevo en su vieja caja de zapatos, envuelta en las páginas de economía de El País. Me han parecido mucho más apropiadas para esta obra por ser de color salmón.
La escultura es una mierda, y esta, además, es una mierda premonitoria.
No jose la escultura no es una mierda, una mierda es no saber apreciar el buen arte y un pais en donde la cultura no es mas que mierda.
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