No siempre, pero casi. El sol parisino es excesivamente tímido, parece que quisiera esconderse de las abalanchas humanas, que contínuamente regurgitan de sus entrañas de acero los aviones que llegan de todos los confines del mundo; de los que afloran riadas de japoneses, chinos, alemanes, ingleses, españoles, gringos y demás familia.
El sol, que se ausenta de su cielo durante largas temporadas, cede su lugar a una dominante lluvia que se afianza, se envalentona y se apodera de la mitológica ciudad de la cigüeña. Por cierto, yo ni la ví.
La Torre Infiel, los Inválidos, la Ubre... son nombres de lugares muy visitados, pero que aún no he conseguido ver. Eso sí, estuve en el cabaret Cracy Horse, donde viendo el espectáculo, agarré una cogorza con champán de pronóstico reservado. Al final, veía piernas y tetas por todos lados. Pero con estilo, como debe ser en París.
Vi, desde el metro aéreo, una gran torre puntiaguda que me resultó muy simpática y le tomé una foto, espero que os guste y el postre parisien... ¡tres jolie!
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