Llegué cansado, cené pronto y me acosté. Tempranito y después de haber descansado bien en el hotel Petit Palace de la calle San Bernardo, junto a la Gran Vía madrileña, decidí aprovechar para disfrutar del espectáculo que, a esas horas tempranas de la mañana, brinda esta incomparable capital.
Me infiltré en la ciudad como un espía. Camuflado entre una multitud de almas ausentes, me fijé,sigiloso, en miles de rostros. Me asomé a cientos de ventanas, de casas, de automóviles y de taxis. Me sorprendí con los mendigos que dormían a la intemperie, justo al lado donde Citroën presentaba un prototipo espectacular en medio de una calle, donde el todo y la nada, se daban la mano.
Más adelante, en la popular administración de loterías de Doña Manolita, cientos de personas hacían cola, pese al frío, con la ilusión de poder comprar su décimo de Navidad. Ya lo decía mi padre: el que juega por necesidad, pierde por obligación.
Continuando con mi caminata, tropecé con un indigente increiblemente obeso. Me sorpredió pensar en cómo habría podido sentarse de ese modo y, lo que es aún peor, cómo conseguiría levantarse de ahí, por si solo.
Toda la Gran Vía lucía engalanada con carteles alegóricos a la celebración de su centenario. Me sorprendió una tienda de muñecas antiguas, que serviría perfectamente como decorado para la próxima película de Alex de la Iglesia. Yo creo que este hombre debe de pasearse de vez en cuando por aquí para inspirarse.
Estoy totalmente defraudado con un puesto de churros que había cerca de la calle del hotel, me sacaron cinco euros con cincuenta. Los churros medio medio, pero el chocolate asqueroso. Qué pena.
En la FNAC me entretuve un ratito para guarecerme del frío y terminé invirtiendo veinte euros en un libro titulado Tres ataúdes blancos, del escritor colombiano Antonio Ungar.
Ya de regreso al hotel me fijé en la enorme oferta de espéctaculos, Marta Sánchez, tan mona como siempre, canta en el Compac. El músical Los Miserables en el teatro Lope de Vega. Mamma Mia en el Coliseum.
En Murcia, estos días canta el Pepeillo mientras asa castañas en la esquina del Corte Inglés.
Es bonito venir a Madrid de vez en cuando...
¡Adiós, Madrid, que te quedas sin gente!
"Como pasa el tiempo": Madrid, ya no es lo que recuerdo,con tus comentarios y las fotos de una enorme urbe, madrid, me ha mostrado que lo visto de niña son solo añoranzas y vagos recuerdos, Madrid, como yo ha crecido, lo que se siente de una manera indirecta es que sigue haciendo el mismo congelador frio de aquella epoca. hay como olvidar lo magico que resultaba andar entre tanta gente que al hablarme me hacia sonreir cuando la Z hacia su aparicion.
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