Callejeando por Madrid me tropecé con esta persiana. Picasso debió de resucitar por un ratico para darle una pasadita a esos fríos hierros galvanizados. Lo creamos o no, Picasso, resucita miles de veces cada día, en cualquier lugar del mundo. Su presencia imparable se precipita sobre un cuaderno de un niño en Amsterdam, sobre el cartel de un hotel en París, sobre la playera de un chavo en Acapulco o sobre millones de reproducciones que decoran nuestro salón-comedor, el pasillo o el dormitorio de nuestras casas, acompañándonos, como testigo mudo, en nuestro devenir diario. Hubo un tiempo en el que donde había un crucifijo, para aprovechar la alcayata, se colocaba un Picasso, cambiando, de ese modo, la terrorífica presencia del ajusticiado por la imagen transgresora de nuestro malagueño universal.
Ahora, cuarenta años después, Picasso como Lázaro, sigue resucitando en una competencia desigual, pero muy enriquecedora a nivel artístico.
La revolución cultural que inició don Pablo hace décadas está más viva que nunca. Picasso vive...¡Picasso Rey!
No hay comentarios:
Publicar un comentario