Comer, beber y pasarlo bien es la finalidad más reconocible que se presupone en toda cena de empresa en Navidad. Pero eso es solo la punta del iceberg.
De manera soterrada, en ocasiones, los fines son mucho más espurios y perversos. De hecho, las malas lenguas han bautizado a estas cenas como "la fiesta de San Cornelio", debido a que representan la gran oportunidad de tirarle los trastos a tus compañeras de laburo a discreción, mientras el marido de la víctima, cambia pañales y calienta biberones a troche y moche.
Con la excusa de llevar alguna copita de más, uno arriesga hasta los calzones, por darse un revolcón con el que saciar su ego de macho alfa, y así poder tener alguna nueva batallita que contar a los compañeros a la hora del almuerzo.
Se sabe de cenas donde hay coreografías de compañeros desnudándose a lo Full Monty, con calzoncillos de Calvin Klein comprados para la ocasión. De compañeras con gorritos de Papá Noel y ligueros a lo Cicciolina, por lo que pueda caer. De cenas que acaban a hostias y, sobre todo, de cenas que no acaban en nada y las expectativas quedan convertidas en tener cien euros menos en la cartera, una multa de seiscientos euros que te cascan en un control de alcoholemia o una pelea conyugal de mil demonios.
Las chicas de la foto, cual monjitas de clausura, celebraron su cena de Navidad entre ellas, muy comedidas, huyendo de las tentaciones de la carne cruda en barra, y disfrutando de unas chuletitas de cordero lechal que estaban de rechupete.
¡No todo iban a ser cuernos!
¿A "discrepción"? Por favoooorrrr: "A discreción"
ResponderEliminarGracias, lo corrijo.
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