España es un país de dopados y siempre lo ha sido. En mis años mozos, cuando mi vida consistía, a mucha honra, en poner tapas de tortilla y cafés con leche, ya me daba yo cuenta de que algo ocurría. Los albañiles a primerísima hora, antes de subirse al andamio, se tomaban un carajillo y una copa de brandy. Luego, a media mañana, un bocata de panceta con tomate y mahonesa, acompañado de un litro de cerveza. Los de Telefónica, antes de subirse al poste, se tomaban revueltos de vino viejo y anís. Los barrenderos, antes de salir con la escoba y empujar el carro, gustaban de tomarse una copa de ponche Caballero o de Cantueso Oro. Los maestros, un poco más refinados, se tomaban un té-whi, con mas güisqui que té. Los estudiantes por la noche, antes de irse a repasar sus apuntes, se tomaban un café doble con Coca-Cola. Las putas de la casa de citas, más comedidas, se dopaban con un café con leche y un bollo. Las peluqueras venían a llevarse los cafés con leche con brandy para que les cogiera mejor la permanente a sus clientas. Fue precisamente en esa peluquería, donde me di cuenta de que algo se salía de madre. No podía ser que todas las clientas, todas las tardes, se hicieran la permanente. Sospeché que las peluqueras estaban promoviendo el consumo de carajillos, no ya sólo para potenciar el efecto del permanentado, sino también como antidepresivo sin receta. Ellas se aliviaban en la peluquería con los bigudíes puestos hablando de Lady Di, mientras sus maridos lo hacían en la barra del bar o jugando al dominó hablando del último Barca-Madrid.
Comencé tristemente a entender que la vida no era perfecta y maravillosa como hasta ese momento creía. Que la mayoría de los adultos buscaban la manera de evadirse de su realidad o intentar aparentar lo que no eran.
La gente, en España, como en la mayoría de los países, intenta aliviar su mediocridad consumiendo todo tipo de sustancias, más o menos legales, para correr más o darle al marro durante diez horas seguidas, que también es de récord. Siempre me he cuestionado por qué se valorará más correr los cien metros lisos que hacer cien metros de zanja a pico y pala...
Por aquel entonces contaba yo la tierna edad de quince años y me fijaba mucho en esas cosas. El entrenador de mi equipo de fútbol nos daba un té calentito en el descanso del partido, al que le añadía unos polvos milagrosos con los que corríamos más que las balas. Aquellos polvos nos resultaban muy sospechos, pero qué le íbamos a hacer.
Recuerdo un día que al lateral derecho y mí, nos dio por espiar al entrenador para ver de dónde conseguía su codiciada mercancía. Le seguimos durante más de hora y media hasta que lo descubrimos. Al llegar al lugar donde había entrado, nos asomamos sigilosamente por encima de una tapia y pudimos ver allí, cargando la capaza, a varios ciclistas famosos, atletas, futbolistas, e incluso, a los enanos del bombero torero que días antes habían actuado en nuestra ciudad.
Como dos "paparazzis" tomamos clandestinamente esta foto.
Vivir para ver.
Ese evadir una realidad diaria, viva,peligrosamente grande; duele,duele en los corazones de personas como yo ven caer como moscas, mujeres, niños, jovenes y por que no ancianos quienes vuelan por un rato y luego en caida libre van a estrellarse en un profundo abismo de muerte.
ResponderEliminarPorque no evadirse sin morir en vida?