Hoy desde la butaca de mi cuarto del Reval Park Hotel&Casino de Tallín y mientras miraba por la ventana una apasionante atardecer, me he dado cuenta de que, en realidad, de ser algo, cosa que me pregunto a cada rato, soy un emigrante a tiempo parcial.
No es que diga esto para que alguien me compadezca, posiblemente, mi trabajo sea envidiado por cientos de miles de personas, o quizás por millones, pero, como he reconocido en otras ocasiones, las ventanas de los hoteles que frecuento, allende los mares, ejercen sobre mí un influjo hipnótico que me hace reflexionar a la par, tanto hacia afuera como hacia dentro.
Las ventanas, por consiguiente, me obligan a una introspección profunda de mi existencia, como quien busca en un espejo sus defectos, sus arrugas, sus manchas, sus verrugas, sus lunares o su prominente e inexorable calva.
Estoy convencido de ser un emigrante parcial que no sabe realmente su destino. Tan sólo domino el corto plazo. Sé que hoy estoy en Tallín, que mañana por la tarde saldré en autobús en dirección a Riga, y que luego iré a Vilnius y Kaunas. Para regresar, tomaré una avión en Vilnius con destino a Copenhague y luego, tras una reunión en Madrid, al día siguiente regresaré a Murcia por carretera.
La semana siguiente, vuelta a empezar. Volaré a Baden Baden, de ahí a Estrasburgo. Tras varias reuniones y comidas de trabajo, vuelta a empezar.
La maleta se ha convertido en la prolongación natural de mi brazo, de tal manera que, cuando esta no pende de mi mano, mi anatomía se siente cercenada. El estrés se ha convertido en mi hábitat natural lo que me ha llevado a la conclusión de que lo único que consigue relajarme es tomarme, al contrario de lo que suele ser habitual, muchos cafés a lo largo del día.
Aprovecho las aburridas horas de vuelo tanto para escribir como para leer. Ahora, estoy leyendo: Y de repente un ángel, del peruano Jaime Bayly, y en la recámara tengo preparado: El mapa y el territorio, del galardonado escritor francés Michel Houellebecq.
Sin la lectura y sin el café, sin duda, tendría que renunciar a mi condición de emigrante parcial y dedicarme a alguna actividad más sedentaria.
En este recorrido sin fin, atropello sin descanso al calendario. Paso de una estación a otra casi sin ser consciente de ello, si no fuera porque la ropa me marca la pauta. Me gusta más la primavera y el verano porque la maleta pesa menos.
Ahora que el otoño ha llegado a Tallín amarilleando sus árboles caducos y alfombrado el suelo de sus calles, con sus hojas, con una policromía de amarillos y pardos maravillosos, recuerdo a todas y cada una de las personas que me han acompañado en mis viajes por medio mundo, y entre todas ellas, a una muy especial, mi compañera Jose Belmonte, que lucha contra un odioso cáncer desde hace varios meses. Ella también se asomó por estas ventanas. También ejerció, a mi lado, de emigrante parcial, y también hoy, tal como yo, desconoce cual es el destino final de su viaje.
Un viaje inédito y maravilloso de color amarillo, que comienza cada otoño y que nos depara un final escrito en una tinta ilegible y misteriosa, en la que las fechas y los destinos se confunden, dejándonos en la más absoluta inquietud.
La vida es como un tren que parte a una estación desconocida. Mientras vamos subidos en él, solamente controlamos el continuo pasar de otoños amarillentos, con la sencilla esperanza de ir sumando y sumando estaciones.
Ya llegó un otoño amarillo más a Tallín, y yo estuve aquí para contarlo.
Muchos ánimos Jose, este es tan sólo un otoño más y Tallín ha decidido esperarte.
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