viernes, 7 de junio de 2013

Oscuridad


Aquella casa al final del camino no me daba buena espina. No sé si por su aspecto abandonado, o la hiedra seca que la recubría, o, tal vez, por los dos cipreses que custodiaban el acceso a una escalera de piedra, desgastada por el paso del tiempo, y que se contorneaban ante el azote de un viento cada vez más violento y desapacible. La razón de mi desconcierto no era algo fácilmente descriptible, aunque lo voy a intentar. Eran un cúmulo de sensaciones incontrolables que tensaban mi rictus, y mis piernas, haciéndome sentir un miedo atroz. Las contraventanas, rotas y medio caídas en su mayoría, dejaban entrever unos cristales agrietados y sucios. La temperatura seguía bajando sin piedad. Mi ropa era escasa y el frío se iba apoderando de mí por completo. Los sonidos del bosque adquirían cada vez más protagonismo. Una lechuza ululaba incansable. Un perro ladraba a lo lejos. Pese a todo, decidí avanzar. El pasillo principal era largo, estrecho y oscuro. Aquella maldita casa parecía ser el reino de la oscuridad. Más adelante, una rata del tamaño de un conejo se cruzó, de lado a lado, dibujando su silueta sigilosa a unos escasos diez metros de donde yo me encontraba.
Me asomé a una gran estancia que posiblemente, en su momento, habría hecho las veces del gran salón de aquella mansión de principios del siglo pasado y que ahora albergaba únicamente al esqueleto agusanado de un gato negro cuyos mechones de pelos se esparcían por varios metros a la redonda. 
No podía dejar de mirar aquel pellejo putrefacto de pelos negros, y toda la fauna de insectos necrófagos que lo habitaban, cuando un enorme resplandor, provocado por un rayo, iluminó aquella estancia hasta el punto de que mis ojos se cegaron por completo. Instintivamente llevé mis manos a la cara para cubrir mis ojos, pero fue demasiado tarde. Al abrirlos, el salón había adquirido una luz distinta; parecida a las viejas fotografías de color sepia. Miré a mis pies y el gato agusanado y putrefacto había desaparecido. El suelo parecía reluciente. En las contraventanas se contorneaban unas sutiles cortinas movidas por el viento. Todo había cambiado a mi alrededor. Todo me parecía distinto tras aquel terrible fogonazo. Me dolían los ojos. Los abría y los cerraba enérgicamente intentando recuperar los tonos grises que, antes de la caída del rayo, inundaban aquella vieja mansión, pero fue imposible. Al darme la vuelta para intentar regresar sobre mis pasos, en una de las esquinas apareció un piano ardiendo y, justo en ese preciso instante, la música comenzó a sonar. Me restregué frenéticamente los ojos. Al abrirlos nuevamente, una pianista en llamas tocaba el piano mientras me indicaba con su mano que me acercara. Sin poder evitarlo, mis pasos se fueron aproximando hacia aquel cuadro surrealista, más propio de una pesadilla o de una alucinación por LSD que de la realidad de un excursionista que buscaba un rincón acogedor para echar su saco de dormir y ahorrarse el incordio de montar su tienda de campaña. Recuerdo también, doctor, como la mano de aquella mujer en llamas cogió la mía y no sentí dolor pese a que un misterioso fuego se apoderó de nuestras manos y me fue subiendo por el brazo hasta que me vi ardiendo por completo. A partir de ahí todo a mi alrededor se volvió negro. Aquellos jóvenes que me encontraron tirado a los pies de aquella fría escalera de mármol me salvaron la vida. Eso es todo lo que recuerdo, doctor.
-Bien. Ahora descansa Daniel. Necesitas reponerte -dijo el médico.
-¿Cree usted que podré recuperar la vista, doctor? -le pregunté.
-Nunca tenemos que perder la esperanza. Aún es pronto para saberlo, pero es muy difícil que nuestros ojos superen el impacto de un rayo a tan escasos metros como el que te afectó a ti. Nosotros vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano para que puedas recuperar la visión, de eso que no te quepa la menor duda. Hasta mañana, Daniel -le dijo el facultativo mientras se despedía.
-Gracias por todo, doctor.
Ahora, varios años después de aquel fatídico suceso, sigo soñando con poder recuperar algo de visión. Sueño con bosques de encinas, con el arcoíris, con el azul del mar, con el rojo de un campo recién labrado. Todos los colores están almacenados en mi memoria. Hacia afuera todo es negro. Salvo mi ilusión.

4 comentarios:

  1. FANTASTICO COMO SIEMPRE ES UN GUSTO ALIMENTAR MI IMAGINACION CON TAN EXQUISITO BOCADO GRACIAS JOSE MIL GRACIAS.

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  2. Buen relato este con la imaginacion que te caracteriza, es para mi un relato muy apto para esas reuniones que se mantienen con los amigos alrededor de una buena chimenea, contando cosas pasadas y leyendo historias de cierto suspense, me ha gustado bastante.... Salu2

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  3. Sorpresa tras sorpresa,intriga hasta el final , esta vez te mereces un 8
    Seguimos aprendiendo , felicidades !!!!!

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  4. Hola me ha gustado mucho tu relato, es cierto que se mantiene emocionante, hasta el final.

    Estoy desarrollando un nuevo tipo de escritura comunitaria, lo he llamado el libroVivo, tal vez te pueda interesar. Puedes visitar mi pagina en www.codered.es y decirme si te gusta la idea, ademas mi primera novela, hasta que la publique en amazon, se puede descargar gratuitamente.

    Saludos
    Antonio Muñoz Robles

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