Ustedes no me pueden ver, pero si me vieran por un agujerito verían a un tipo medio calvo y regordete, escribiendo a mano, en un avión de Iberia, repleto de gente, rumbo a México. Un avión con un retrete en oberbuquin. Soportando miles de sonidos que únicamente habitan en estás maquinas infernales destinadas a poner a prueba los límites de la paciencia humana a cambio de llevarnos al otro lado del charco por mil euros. Sonidos procedentes de personas. Personas procedentes de mil sitios que, sin saber por qué, nos ha dado a todos por ir a México a la misma vez.
A mi izquierda, dos amigas rezan el rosario como los niños de San Ildefonso cantan la Lotería de Navidad. A mi derecha, sino se han aburrido aún de mirar por ese hipotético agujerito, verían a tres tipos cargados de mil aparatos de última tecnología, hablando de las mujeres como si estas fuera de la edad de piedra; muestra evidente de que el hábito no hace al monje.
El váter sigue rugiendo a intervalos de dos minutos. La cola que hay en la puerta confirma mi idea de que la gente seguirá cagando con la misma cadencia hasta que lleguemos al aeropuerto internacional Benito Juaréz. Me reconforta pensar en que no soy la única persona en la tierra que padece de colon irritable. Somos muchos. Multitudes de cagones con poco aguante y mucha frecuencia. Clientes vips de las celulosas y, por tanto, enemigos acérrimos, sin pretenderlo, de las depuradoras de aguas residuales.
Manolo Escobar a muerto y su carro, después de varias décadas de infructuosa búsqueda, aún sigue sin aparecer.
Dina, la colombiana que iba a mi lado en el vuelo anterior, posiblemente seguirá llorando rumbo a Bogotá. Ella lloraba, al mismo tiempo que, por la ventanilla que había a su lado, caían gotas de lluvia.
-Ves, amiga, le dije para consolarla. El cielo está llorando por tu partida. España está triste porque te marchas.
-Gracias, es usted muy amable -me dijo. Lloro de impotencia. Después de estar aquí diez años, regreso tal y como vine. Derrotada. Y allí no sé qué encontraré. ¡Es todo tan difícil! -me explicaba para justificar su llanto.
Las del rosario siguen erre que erre. Los tres muchachotes ahora ven vídeos de chorradas en sus Ipad en una especie de competición donde el porrazo más grande provoca la carcajada más escandalosa.
Las azafatas de Iberia siguen tan cabreadas como de costumbre, por lo que me dan ganas de invitarlas a ver los vídeos chorras de mis vecinos para ver si, al menos de ese modo, les saco una pequeña sonrisa.
Escribo sin rumbo. Acumulando letras desordenadas. Ideas que me atacan como una nube de abejas y ante las que no tengo modo de defenderme. Escribo sin un hilo conductor claro. Sin un mecha guía que haga que el corte emocional que provocan mis planteamientos sea lo incisivo que me gustaría que fuera.
Pero el viaje es largo. Casi doce horas de vuelo dan para muchos relatos y para mucha lectura.
Hoy, mientras cambiaba de vuelo, he recibido un correo que me ha llenado de alegría. El Instituto de Fomento de la Región de Murcia me ha invitado a dar una conferencia a empresas que están dando los primeros pasos hacia su internacionalización. Mientras me zampaba una hamburguesa en Barajas les he respondido que sí. He aceptado el reto porque soy adicto a ellos. No concibo mi existencia sin retos, sin metas o sin proyectos que me hiervan la sangre.
Como ahora, que, mientras vuelo, escribo y escribo sin parar todo aquello que me acontece, todo aquello que siento o todo aquello que capta mi atención.
En México, dentro de tres días, también trasmitiré esta forma de ver la vida. Los asistentes esperan encontrar un curso de Alta Dirección, y yo, tan sólo les voy a hablar de emociones, de sentimientos y de sueños.
Bajo mi punto de vista, que estoy seguro que no es mejor ni peor que el de ustedes, creo que todo es lo mismo.Trabajamos como sentimos y sentimos como trabajamos. Abiertos a la evolución, o cerrados a cal y canto a los cambios que en la propia sociedad van aconteciendo. Vemos a nuestro alrededor como los sistemas cambian constantemente, como evoluciona la tecnología y como, a poco que nos descuidamos, nos quedamos atrás y con el paso cambiado.
Si aceptáramos el reto de evolucionar, perdiéramos los miedos que nos atenazan, y compitiéramos contra nosotros mismos, intentando mejorar todo aquello que hacemos a diario, nos daríamos cuenta de que detrás de todo ese esfuerzo es donde se encuentra escondida la auténtica felicidad.
De todo eso les hablaré, en mis próximos cursos, a unos y a otros. De emociones, de esfuerzo y de evolución.
Por algo de niño adoraba a Charles Darwin y a su teoría de la evolución de las especies. A sus pinzones, a sus tortugas y a sus iguanas.
Todo ha cambiado siempre a nuestro alrededor. Lo único diferente es que ahora todo sucede a un ritmo vertiginoso. Fíjense si es vertiginoso que ya estoy llegando a México y no me he dado ni cuenta.
Las azafatas de Iberia siguen tan cabreadas como de costumbre, por lo que me dan ganas de invitarlas a ver los vídeos chorras de mis vecinos para ver si, al menos de ese modo, les saco una pequeña sonrisa.
Escribo sin rumbo. Acumulando letras desordenadas. Ideas que me atacan como una nube de abejas y ante las que no tengo modo de defenderme. Escribo sin un hilo conductor claro. Sin un mecha guía que haga que el corte emocional que provocan mis planteamientos sea lo incisivo que me gustaría que fuera.
Pero el viaje es largo. Casi doce horas de vuelo dan para muchos relatos y para mucha lectura.
Hoy, mientras cambiaba de vuelo, he recibido un correo que me ha llenado de alegría. El Instituto de Fomento de la Región de Murcia me ha invitado a dar una conferencia a empresas que están dando los primeros pasos hacia su internacionalización. Mientras me zampaba una hamburguesa en Barajas les he respondido que sí. He aceptado el reto porque soy adicto a ellos. No concibo mi existencia sin retos, sin metas o sin proyectos que me hiervan la sangre.
Como ahora, que, mientras vuelo, escribo y escribo sin parar todo aquello que me acontece, todo aquello que siento o todo aquello que capta mi atención.
En México, dentro de tres días, también trasmitiré esta forma de ver la vida. Los asistentes esperan encontrar un curso de Alta Dirección, y yo, tan sólo les voy a hablar de emociones, de sentimientos y de sueños.
Bajo mi punto de vista, que estoy seguro que no es mejor ni peor que el de ustedes, creo que todo es lo mismo.Trabajamos como sentimos y sentimos como trabajamos. Abiertos a la evolución, o cerrados a cal y canto a los cambios que en la propia sociedad van aconteciendo. Vemos a nuestro alrededor como los sistemas cambian constantemente, como evoluciona la tecnología y como, a poco que nos descuidamos, nos quedamos atrás y con el paso cambiado.
Si aceptáramos el reto de evolucionar, perdiéramos los miedos que nos atenazan, y compitiéramos contra nosotros mismos, intentando mejorar todo aquello que hacemos a diario, nos daríamos cuenta de que detrás de todo ese esfuerzo es donde se encuentra escondida la auténtica felicidad.
De todo eso les hablaré, en mis próximos cursos, a unos y a otros. De emociones, de esfuerzo y de evolución.
Por algo de niño adoraba a Charles Darwin y a su teoría de la evolución de las especies. A sus pinzones, a sus tortugas y a sus iguanas.
Todo ha cambiado siempre a nuestro alrededor. Lo único diferente es que ahora todo sucede a un ritmo vertiginoso. Fíjense si es vertiginoso que ya estoy llegando a México y no me he dado ni cuenta.
Buenísimo este retrato de situación, Pepe. Me he reído, me he emocionado, me he alegrado contigo por tus retos... Esperaré la siguiente retransmisión desde México.
ResponderEliminarY mira que se que te gustan los retos, eso me queda bien clarito. Y en cuanto a las azafatas de iberia, tienes razón, son toscas feas mal encaradas , groseras , enojonas con cara de sargento mal pagado y encima huelen raro.
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