El encuentro con su tío se produjo al día siguiente. Venancio no pudo conciliar bien el sueño durante toda la noche. Su tío Ramón representaba, de alguna manera, el único vinculo familiar directo que le quedaba. Durante esas largas horas de insomnio, sus pensamientos se repartieron, incansablemente, entre su casa en la montaña, la cara de su joven amada, el nerviosismo por el reencuentro con su tío, el enfado de Lola, y, sobre todo, su futuro incierto. Barcelona o, más concretamente, su cambio de vida, no le habían aportado nada de lo que él esperaba encontrar. ¿O tal vez sí?
Lola los había citado en la cafetería que había en la esquina de la calle, a las diez en punto de la mañana. Un sol radiante dominaba sobre un cielo profundamente azul. Martina, en la puerta de la casa, se despidió de Venancio con un beso de estación, como los que las novias ofrecían a los quintos al marcharse a la mili, mientras el resto de las chicas, desde el fondo del pasillo, observaban la escena con cierta envidia o como si de un capítulo de su radionovela favorita se tratara.
El primero en llegar fue Venancio. El camarero que solía llevar los cafés a la casa le saludo amistosamente.
-¡Hola Venancio, qué raro verte por aquí! ¿Cómo están tus chicas? -le preguntó el mozo, con retintín.
-Están mejor que nunca. ¿Me buscas una mesa, por favor?. Vamos a ser dos personas -le solicitó Venancio, con pocas ganas de darle conversación.
El local estaba lleno. El olor a café recién tostado inundaba con su olor característico todo el establecimiento. El vaporizador de la cafetera sonaba como el vapor de un barco. Los camareros cantaban al aire sus comandas, mientras que la gente, mayoritariamente hombres, hablaban sobre el último enfrentamiento del Barsa, en la Copa de su Excelencia el Generalísimo, frente al Bilbao y sus míticos leones de San Mamés. A Venancio el fútbol no le atraía nada, de tal manera que esas acaloradas conversaciones le sonaban ajenas e insulsas. Dos señoritas entraron al bar e ipso facto se armó un fenomenal revuelo en el local, que propició un cambio brusco en el contexto de las conversaciones, pasando de contenidos deportivos a otros más picarones y morbosos. A Venancio también le llamó poderosamente la atención esa actitud infantil de los hombres. ¿Acaso no habrán visto a una mujer en su vida? -se preguntó.
Mientras observaba y reflexionaba con asombro sobre todo el ambiente de la cafetería, llegó su tío.
-Hola Venancio: ¿te acuerdas de mí? -le dijo un señor vestido de negro de pies a cabeza.
-Claro que me acuerdo, tío -respondió el joven haciendo el amago de levantarse.
-No, no te levantes. ¿Has pedido café? Yo quiero un café con leche. ¿Qué tomarás tú? -le preguntó su tío Ramón, con cordialidad.
-Otro por favor -le solicitó Venancio.
-Y dime, jovencito:¿cómo te está yendo en Barcelona?. Me dijeron que el amor ha llamado a tu puerta, antes de que te haya dado tiempo a conocer la estatua de Colón.
-Sé, tío Ramón, que me salté las normas. Pero qué se puede hacer contra el amor cuando este llama a tu puerta -le respondió Venancio, con ingenuidad.
-¿No eres demasiado joven para pensar en esas cosas? -le cuestionó su tío.
-Siempre fui demasiado joven para todo. Fui demasiado joven para perder a mis padres. Fui demasiado joven para vivir sólo y salir adelante. Fui demasiado joven para dejarlo todo y venir a Barcelona en busca de un sueño. La vida me ha forzado a ir por delante de lo que, en cada momento, se suponía que era lo normal para un chico de mi edad -explicó Venancio.
-¿Sabes que quisieron meterte en una casa de acogida y que fui yo quién intercedió por ti, ante el párroco de tu pueblo, para que te dejaran en tu finca a ver como te desenvolvías en esa situación? -le preguntó su tío.
-No, nunca supe nada de eso -contestó el joven.
-No tenías la edad legal para vivir emancipado. Me costó Dios y ayuda. Tuve que remover cielo y tierra, pero al final logré lo que tú me pediste en el día del entierro de tus padres. ¿Lo recuerdas? -le preguntó el familiar.
-Demasiado, tío Ramón. Pero nunca supuse que lo que le pedía fuese tan complicado -exclamó Venancio.
-Aún no tenías ni catorce años, pero trabajabas y te comportabas, desde muy niño, como un adulto. Reaccionario, anticlerical y testarudo como tu padre y adorable como tu madre -le describió su tío.
-¿Por qué mi padre no le podía ver si eras su único hermano, sólo por ser cura, o había algo más? He pensado mucho en eso y nunca lo llegué a entender, es como si me faltaran cosas que no sé -explicó Venancio.
-Mejor tomemos el café con leche antes de que se nos enfrié. Sabes, hijo: no hay otra cafetería en toda Barcelona que los pongan como aquí, directamente de Colombia a Barcelona, parece mentira, con lo lejos que eso queda.
Por cierto, Venancio, estas hecho todo un hombre. Ni te imaginas las ganas que tenía de volver a verte.
-Hola Venancio: ¿te acuerdas de mí? -le dijo un señor vestido de negro de pies a cabeza.
-Claro que me acuerdo, tío -respondió el joven haciendo el amago de levantarse.
-No, no te levantes. ¿Has pedido café? Yo quiero un café con leche. ¿Qué tomarás tú? -le preguntó su tío Ramón, con cordialidad.
-Otro por favor -le solicitó Venancio.
-Y dime, jovencito:¿cómo te está yendo en Barcelona?. Me dijeron que el amor ha llamado a tu puerta, antes de que te haya dado tiempo a conocer la estatua de Colón.
-Sé, tío Ramón, que me salté las normas. Pero qué se puede hacer contra el amor cuando este llama a tu puerta -le respondió Venancio, con ingenuidad.
-¿No eres demasiado joven para pensar en esas cosas? -le cuestionó su tío.
-Siempre fui demasiado joven para todo. Fui demasiado joven para perder a mis padres. Fui demasiado joven para vivir sólo y salir adelante. Fui demasiado joven para dejarlo todo y venir a Barcelona en busca de un sueño. La vida me ha forzado a ir por delante de lo que, en cada momento, se suponía que era lo normal para un chico de mi edad -explicó Venancio.
-¿Sabes que quisieron meterte en una casa de acogida y que fui yo quién intercedió por ti, ante el párroco de tu pueblo, para que te dejaran en tu finca a ver como te desenvolvías en esa situación? -le preguntó su tío.
-No, nunca supe nada de eso -contestó el joven.
-No tenías la edad legal para vivir emancipado. Me costó Dios y ayuda. Tuve que remover cielo y tierra, pero al final logré lo que tú me pediste en el día del entierro de tus padres. ¿Lo recuerdas? -le preguntó el familiar.
-Demasiado, tío Ramón. Pero nunca supuse que lo que le pedía fuese tan complicado -exclamó Venancio.
-Aún no tenías ni catorce años, pero trabajabas y te comportabas, desde muy niño, como un adulto. Reaccionario, anticlerical y testarudo como tu padre y adorable como tu madre -le describió su tío.
-¿Por qué mi padre no le podía ver si eras su único hermano, sólo por ser cura, o había algo más? He pensado mucho en eso y nunca lo llegué a entender, es como si me faltaran cosas que no sé -explicó Venancio.
-Mejor tomemos el café con leche antes de que se nos enfrié. Sabes, hijo: no hay otra cafetería en toda Barcelona que los pongan como aquí, directamente de Colombia a Barcelona, parece mentira, con lo lejos que eso queda.
Por cierto, Venancio, estas hecho todo un hombre. Ni te imaginas las ganas que tenía de volver a verte.
Deseando saber más, esperaré con impaciencia contenida. Un abrazo.
ResponderEliminarPues ya no queda mucho Conchy. La historia del joven Venancio Mulero está llegando a su fin. Te mando un abrazo. Pepe
ResponderEliminarSi no le queda mucho ya , espero que en tu mente se esté gestando otra magnífica historia
ResponderEliminar