Desde mi ventana veo cómo se llevan a los muertos. Es raro el día en el que no se llevan a alguno. Ayer no estaban muertos; lo mismo me tropezaba con ellos en el pasillo, o en el comedor, o que en el jardín. Estaban aún aferrados al hilo de vida al que yo misma sigo enganchada sin saber para qué. Días antes, yo ya percibía la presencia de la muerte en sus ojos hundidos y grises. Me hice experta en eso como una zahorí percibe la presencia del agua cuando nadie la ve.
Por las noches escucho rezos, lamentos, ruidos, llantos, carreras por los pasillos. Duermo siempre con la persiana levantada con la inútil finalidad de que la perniciosa oscuridad de la noche no invada completamente mi cuarto y este quede iluminado, parcialmente, por las luces de las farolas del jardín. El jardín de los muertos vivientes como yo le llamo.
Sólo una enfermera sabe que lo llamo así. La misma que me compra el tabaco rubio y el perfume cuando se me acaba. La misma que se acuesta con el jardinero, quince años menor que ella, porque su marido no la mira mi cuando van a comer. El hecho de ser una vieja moribunda no me da derecho a oler mal. El olor a tabaco, a una mujer de mi edad, le confiere un cierto toque de modernidad, lo que no deja de ser una tremenda contradicción. ¿Pero no es acaso la vida misma una tremenda contradicción?
La ultima vez que vinieron a visitarme creo fue alguien de la oficina del catastro. No, no, creo que eran de servicios sociales, o algo así. Qué se yo. Ya tan sólo soy una vieja chocha que espera su ambulancia, hacia el tanatorio, como cuando de joven esperaba el autobús para ir a trabajar a la oficina. Yo era buena en eso. Mis jefes besaban por donde yo pisaba. Disfrutaba con lo que hacia lo mismo que ahora disfruto llevando el archivo cronológico de los decesos de este infame geriátrico perdido en la nada.
No tuve esposo, ni hijos, ni sobrinos porque fui hija única. Estoy más sola que la soledad. Siempre estuve así, más sola que la muerte a la que espero fumando y con los brazos abiertos.
La artritis psoriásica que me tiene todo el cuerpo recubierto de llagas es el menor de los males que me martirizan. Los médicos no dan crédito a que no les brinde ni un lamento, ni una queja, ni una sola lágrima. Yo, por el contrario, altiva y elegante, como una momia en vida, leo a Murakami y escucho jazz, con mis viejos walkman, fumando en el jardín. Bien perfumada, eso sí; me baño en Chanel nº 5.
La vida es una puta mentira -dijo ayer por la mañana el que se murió anoche.
Seguro que mañana ingresará alguna nueva y llorará toda la noche como el niño que pasa su primer día en la guardería. Siempre es la misma historia. Hasta para morirnos somos poco originales.
Pobre mujer no desearía acabar así... aunque no miento que me enseño que en la vida; la actitud te devuelve el orgullo.
ResponderEliminarA caballo entre la realidad y la ficción, lo de esa señora fue muy triste, Maricruz. Un abrazo.
EliminarJoder que dura lectura, aunque dice muchas verdades...aunque esperes la muerte siempre eres algo...en vida...saludos
ResponderEliminarLa muerte, y la enfermedad, no reparan en nada, hacen con nosotros lo que les viene en gana. Saludos, Jorge.
EliminarMuy triste y conmovedor.
ResponderEliminarLa vida es muy cruel a veces.
Y muy injusta .
Un abrazo. Feliz semana.
Demasiado, Amalia. Un abrazo muy grandote, amiga.
EliminarTodo llega, nadie nos escapamos de la muerte, y para ello nos vamos preparando durante toda la vida.
ResponderEliminarCreo que es el primer relato que lo narras en femenino.
Saludos
Sí, Mario no me prodigo mucho con esa voz, pero este relato me surgió así. Nació con voz de mujer, o más bien le puse voz a esa pobre mujer. Un saludo.
EliminarVaya....no hay duda que la actitud que uno tome, cambia por completo la situación, por más difícil que sea.....hay que estar preparados!
ResponderEliminarTriste y real como la vida misma =((((
Saludos
Sí la vida nos da sorpresas, y nos da una de cal y otra de arena. Aunque al final, todos los finales son iguales. Saludos.
EliminarNada más que por leer a Murakami, ya me cae bien esa señora.
ResponderEliminarDescibes muy bien la soledad y la tenacidad del que sabe que está solo y lo acepta, mal que bien. No hay que rendirse nunca. Ojalá lleguemos todos a una edad longeva pero en condiciones, aceptables.
Te sigo leyendo en cuanto pueda.
Salu2.
Sí murakamiana de pura cepa. Saludos.
EliminarTriste realidad, a veces tanto somos, a veces tan poco. Es tan efímero nuestro paso por la vida que lo debemos pasar sin dejar huella.
ResponderEliminarSomos como un estrella fugaz, Carlos. Un abrazo.
EliminarDesde me ventana quiero ver lo originales que somos para vivir y tu tienes un tanto de original.
ResponderEliminarJajaja, mi originalidad es tan sólo apariencia, soy como cualquier hijo de vecino. Saludos, Lola.
EliminarPues sí que estamos buenos...
ResponderEliminarLa vida y la muerte van de la mano. Lo mismo que la noche y el día. Todo es la misma cosa. Saludos, Buscador.
EliminarVisité mucho tiempo a una señora que estaba ingresada en un geriátrico, que bien podría ser tu protagonista. Es muy dura la vida en soledad en un sitio así. Y más duro cuando se tienen hijos a los que no les importa el viejo o la vieja, como era el caso que te cuento.
ResponderEliminarNo sabemos cómo nos tocará a nosotros, son cosas imprevisibles.
Un beso.
Hay vidas que comienzan muy bien y acaban torcidas, y viceversa. Sigamos soñando con un final feliz. Saludos.
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