Hace unos días arrojé parte de mi historia a un contenedor. En la sociedad contemporánea nos pasamos la vida tirando cosas. Tirando cosas que, en el fondo, forman parte de nuestra propia vida, una vida arrojadiza que todo lo que vive lo convierte en basura, millones y millones de toneladas de basura que se acumulan en vertederos, tan grandes como ciudades, en alguno de los cuales habitan personas que la sociedad ha convertido en basura sin ningún remordimiento.
Recuerdo, cuando de niño me tocaba bajar la basura, que reparaba en las bolsas que bajaban los vecinos del edificio Prosol II —así se llamaba mi edificio— Veía bolsas enormes. Vecinos con varias bolsas. Vecinos y vecinas que bajaban en zapatillas y bata de franela, en una especie de desfile, obligado y nocturno, en homenaje al consumismo que ya, por aquel entonces, empezaba a ocupar el epicentro de nuestra existencia.
Hace unos días, como les decía, arrojé mi vestimenta de gordo a un contenedor de ropa usada. Tras ese solidario gesto; tras ese premeditado y utilitario acto, me sentí liberado. En aquel contenedor, pensándolo bien, acabada de depositar miles de horas de masticación, de comida mal comida, comida equivocada que me estaba envenenando lentamente y generando en mi cuerpo kilos y kilos de insalubridad que yo asimilaba y enfundaba mecánicamente dentro de una talla más.
Y así, talla tras talla: de la cuarenta, a la cuarenta y dos, de la cuarenta y dos a la cuarenta y cuatro, de la cuarenta y cuatro a la cuarenta y seis, mi organismo se inflamaba mientras mi boca rumiaba su ansiedad y su condena.
En este último año, he descargado a mis armarios de más de treinta kilos de ropa vieja y a mi cuerpo de quince kilos de grasa inmunda que no me servía para nada. Bueno, para nada no, me estaban asfixiando el hígado, que no es poco.
El engaño en el que caemos con mayor asiduidad es que comemos para satisfacer al paladar, organismo facilón que se deja influenciar por modas y tendencias pensadas para sacarnos el dinero, por activa y por pasiva, en lugar de comer para alimentarnos bien, para cuidar nuestra salud y sentirnos mejor. Pero claro, los niveles de ansiedad con los que vivimos han acabado convirtiendo a la comida en una especie de droga repleta de grasa y azúcar de la que, sin darnos cuenta, nos hacemos plenamente dependientes.
De hecho, si en este momento nos subiéramos a nuestro coche, no recorreríamos ni un par de kilómetros sin encontrarnos frente a nuestros ojos con una envenenada hamburguesa impresa a un tamaño de tres por tres metros.
¿Entienden ahora mejor el término de “Comida basura”?
Yo, de momento, llevo el peso medio controlado, aunque el colesterol lo tengo un poco alto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es lo máximo llevar una buena alimenración, el organismo de inmediato lo agradece. Se nota en todo. Yo siempre he tenido muy buenos hábitos y la comida chatarra no se me antoja. Soy delgada.
ResponderEliminar¿Sabes? ¡Te felicito!! Cuida mucho tu alimentación, también de tus pensamientos, de tus sentimientos. Todos ellos influyen en nuestro metabolismo, en la salud.
Un abrazo liviano, jajaja.
SOMOS demasiados, desterrados! mi país SUFRE DE ELLO,por ello, un gob elegido, de ultraderecha,neo nazi, EXCLUYENTE, que ni le importa saber,QUE PASA! mil millonarios, VOTADOS, y este ispa muriendo a cachos!
ResponderEliminargracias
lidia-la escriba
El imperio de la voluntad está en decadencia en la medida en que nos dejemos convencer...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Empiezo a controlar despues de Semana Santa. Besitos.
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ResponderEliminarLo mejor es la comida saludable.
ResponderEliminarYo soy delgadita pero suelo tener cuidado.
Un abrazo.
Tienes razòn, cada dos cuadras se nos ofrece la comida basura...y como en estos tiempos es màs barato comer comida ràpida que un plato saludable, caemos fàcilmente en la trampa.
ResponderEliminarSaludos, Josè.
Muy buena decisión. Ahora ojito con la torrijas de Semana Santa, están riquísimas, pero tienen una tonelada de calorías. Alguna hay que probar o dos. Amburguesas PUAG. Un abrazo.
ResponderEliminarHay mucha comida de esa, pero de vez en cuando (no a menudo) una buena hamburguesa no está nada mal, ja ja ja.
ResponderEliminarSaludos.
Enhorabuena. A ver si me pongo yo también a régimen de una puñetera vez.
ResponderEliminarSi, pero a todos nos resulta irresistibles en algún momento determinado.
ResponderEliminarMuy buena entrada :)
Besos