miércoles, 13 de noviembre de 2019

Réquiem por Marcela

                                

A Marcela le gustaba su olor y a él le gustaban tanto su inocencia como sus dibujos. Ella era joven y él viejo. Ella era bella y él no valía ni para hacer de muerto en un entierro. Sin embargo, pese a tamaña incongruencia, ella no podía resistirse a su olor. Un olor que le atraía y la desequilibraba. Un olor que la sometía y la hacia vulnerable. Un olor magnético, mágico y enfermizo que, incomprensiblemente, generaba una extraña química entre ambos. 
Las amigas le avisaron del peligro. Ese viejo no es de fiar. Aléjate de él —le dijeron. Y ella hacia oídos sordos y, cada tarde, tras las clases, se acercaba al pequeño taller en el que el viejo hacia los muebles que usaban todos los pobres de la comarca. 
Aquel día, tras salir del instituto, Marcela iba más radiante que nunca. Como siempre, antes de llegar a su casa, tenía previsto pasar por el taller del viejo para sentir su olor y mostrarle sus últimos dibujos. Un olor impregnado de matices. Un cóctel  olfativo cargado de resinas, aserrín, sudor y años. Pero Marcela no llegó. Al entrar en un estrecho callejón por el que siempre solía atajar, alguien la agarró fuertemente por detrás, tapó su boca y la llevó hasta un vehículo que, arrancado, esperaba al otro lado de ese oscuro túnel del tiempo. 
A las pocas horas saltaron todas las alarmas. Marcela no había llegado a su casa a la hora que lo solía hacer y todos los teléfonos del pueblo comenzaron a sonar. La gente, nerviosa, se echó a la calle. Todos se lanzaron a una búsqueda frenética, hasta que una niña apareció con su madre en un decrépito cuartel para denunciar al viejo carpintero. 
—Agente: dice mi hija que ha sido el carpintero. Marcela iba a menudo a visitar a ese viejo al salir de clases. Seguro que ese hombre le ha hecho algo malo a la niña. 
De ese modo, tras la denuncia, que corrió por todo el pueblo como un reguero de pólvora, los gendarmes se plantaron en la casa del viejo carpintero y lo detuvieron. 
De nada sirvieron sus explicaciones. De nada sirvió que no se encontrara el cuerpo de la joven por ningún sitio. Como prueba del delito se usaron los dibujos que ella le solía regalar y que él tan celosamente colocaba en las tristes paredes de su modesta carpintería. 
El mismo día en el que el desdichado carpintero entró en prisión, su carpintería fue pasto de las llamas. Esa noche todo el pueblo descansó arropado por el pesado manto de la injusticia. En las montañas cercanas aulló durante horas un viejo lobo. Un aullido tan extraordinario y terrorífico que a nadie dejó indiferente. Una luna llena de color ambarino parecía reflejar el crepitar de las ascuas aún candentes de la arruinada carpintería.

8 comentarios:

  1. Descanse en paz Marcela donde sea que esté, que buen relato tan cercano a la realidad que vivimos en nuestro país, mujeres desaparecen y justos pagan pues son puestos como chivos expiatorios, pobre carpintero. Saludos Pepe hoy escribiste diferente.

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  2. Ese aullido del lobo, me da escalofríos. Besitos.

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  3. Ohhh! Qué relato más sombrío!
    No por ello menos real la declaración de injusticia que tantas veces se vive en todas partes del mundo.
    Más aun ahora, con las redes ¿sociales? donde se acusa libremente y con total descaro a cualquier persona y otras tantas se hacen eco y miden con su propia vara la culpabilidad o inocencia del acusado o la acusada.

    José querido espero con ansias un próximo relato con algo más de optimismo y con el que podamos, quizás, hasta sonreír.
    Y no seas modesto, tienes la capacidad para hacerlo. Ya lo he comprobado en tantas oportunidades.
    Un abrazo sureño

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  4. El prejuicio sombra dudas en el corazón de quien tiene el corazón habitado por el miedo. Una historia sombría, es cierto, pero vale porque hace reflexionar.
    Saludos

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  5. El clásico chivo expiatoria al que se recurre cuando no se sabe qué hacer. Ni a quién preguntarle.

    Saludos,

    J.

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  6. Aunque es la primera vez que entro en tu espacio y no conozco nada de tus escritos, puedo decirte que este relato me ha impactado.
    Encierra una triste realidad, muchas veces nos dejamos influir por los chismes e inconscientemente pagan justos por pecadores.
    Muchos son incapaces de concebir un amor espiritual, sincero, limpio y altruista, una empatía que nace del alma y es lo más parecido a la amistad.
    Ha sido un placer encontrar hoy tu espacio y detenerme a leerte.
    Saludos y buena semana.
    Kasioles

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  7. Suele pasar que se culpa a un inocente, por prejuicio, sin lugar para la presunción de inocencia. Y el verdadero culpable queda impune.
    Bien contado.

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