sábado, 6 de octubre de 2012

Muerte a ritmo de bandurria


En este año, marcado por la desdicha y la ruina que acecha a la vuelta de cada esquina, estoy aprendiendo latín. No, no me ha dado por estudiar lenguas muertas, lo que ocurre es que entre entierros, hospitales, disputas laborales y residencias geriátricas, se me está poniendo el hígado que ni para foie gras. Y entre sustos y sofocos voy aprendiendo. 
Murió mi abuela del alma y aprendí. Acompañé a mi madre a salir de la muerte y aprendí. Ahora, en esta recta final del año en curso, estoy acompañando al tío Ramón a finalizar sus días con dignidad. Aunque, no nos engañemos, la muerte, de por sí, es algo indigno y muy jodido. Sobre todo para el que se muere o para quien la siente zumbar a su alrededor como un moscardón. 
En la Residencia Montepinar estoy aprendiendo mucho de sus residentes. Ninguno parece tener mucha gana de morirse. Conviven como niños grandes en ese microcosmos, arriba y abajo, adentro y afuera, desayuno, comida, merienda, cena y a dormir.
Sillas de ruedas compiten contra andadores. Las miradas amarillas se pierden por los grandes ventanales que dan al monte, y quién sabe si, a lo lejos,  allá donde el azul del cielo se funde con el verde de los pinos, ven proyectadas sus vidas pasadas en blanco y negro o tecnicolor. 
Charlar, parchís, televisión, de vez en cuando bingo, y, algunas veces, como hoy, Día de Puertas Abiertas con visita de la rondalla de la Santa Cruz de El Campillo (Murcia)
Mientras sonaban las bandurrias y las voces se desgañitaban, los corazones palpitaban y algunas lágrimas afloraban a modo de recuerdos, sorteando un sinfín de arrugas hasta precipitarse sobre las ropas desteñidas.
Muchos de los integrantes de la rondalla tenían la misma edad que los residentes de Montepinar. Unos y otros se miraban sobre los instrumentos en un pulso de preguntas mudas, de cuestiones impronunciables que marcaban sus evidentes diferencias. Tan iguales y tan distintos. Unos libres y otros encerrados a perpetuidad.
La música cesó. Los aplausos, por unos instantes, se apoderaron del espacio sonoro mientras músicos y cantantes recogían sus bártulos. Tras lo cual se fueron a disfrutar de su libertad y con la música a  otra parte.
Mi tío Ramón ha llorado hoy sus recuerdos a ritmo de jota. Ya tiene falta de que le cortemos el pelo. Su cáncer avanza victorioso entre sus vísceras, apagando su mirada y ralentizando su movilidad.  Sus pasos se han agotado y la silla de ruedas es ahora su fiel compañera de viaje. 
En la lección de hoy he aprendido que la muerte, queridos y escasos lectores, es un baile sin coreografía a ritmo de bandurria. Ahora me toca aprender de los finales.

4 comentarios:

  1. La muerte es un puente que todos cruzaremos tarde o temprano con música o sin ella.

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  2. La muerte es lo que no se puede evitar, tarde o temprano con melodia o sin melodia, nos va a lllegar.

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  3. Todos los finales son el mismo repetido.

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  4. Queridos lectores, mi tío Ramón ha fallecido.
    Ese fue su último concierto. Descanse en paz.

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