jueves, 18 de octubre de 2012

Un perezoso en el Aeropuerto del Prats


Mientras aterriza un avión de Air France y despega otro de Vueling, vampirizo la corriente de un enchufe para poder seguir escribiendo. A decir verdad, últimamente escribo impregnado de escepticismo y mis lectores me exigen más acción, más humor, más sexo, más chispa, y yo, como un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, los miro con incredulidad y parsimonia.
Siento el mundo ralentizado mientras corro, de aquí para allá, como un pollo sin cabeza. 
Otro avión de Vueling despega mientras mi BlackBerry se inunda, nuevamente, de correos procedentes de los más recónditos lugares, que me exigen alternativas, respuestas, propuestas, y yo, como un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, los veo caer en la bandeja de entrada con la incredulidad y la parsimonia que nos caracteriza a los de nuestra especie.
Ahora el avión que despega es de Ryanair y al hacerlo se cruza con uno de Lufthansa, mientras mi madre espera que solucione, como por arte de magia, los problemas familiares, y yo, como un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, me quedo atónito ante la encrucijada sin saber a qué santo poner la vela.
Desde que me siento un perezoso agarrado en lo alto de un guayabo, acumulo en mi haber más y más quehaceres que me obligan a transformarme en un leopardo. He escuchado de un brujo experto en esas trasformaciones; será cuestión de encontrarlo y pedir presupuesto.
No sé que habrá visto la gente en mí. Quizás no se habrán dado cuenta de que tan sólo soy un folívoro viajero que hago equilibrios con tres dedos sobre ramas de dudosa consistencia.
Oscurece la pista y ya no alcanzo a leer los letreros de los aviones. Ahora todos son iguales. Siguen subiendo y bajando sin cesar mientras un pequeñajo, con unas gafas a lo Harry Potter, me mira como preguntándose qué coño haré aquí sentado escribiendo en el suelo sin parar.
A veces sueño con selvas recónditas. Me veo féliz en húmedos parajes rodeado de insectos de prominentes antenas y patas de palo. Veo volar coloridas mariposas y eléctricos colibríes. Pero cuando despierto, estoy rodeado de gente desconocida, en un avión desconocido, rumbo a otro destino que me reclama soluciones.
Harry Potter me enseña la lengua en un infantil ejercicio de provocación. Yo le guiño el ojo izquierdo y el niño corre como un cohete en dirección a la multitud que espera sentada, cual perezosos agarrados en lo alto de un guayabo, a que un avión los lleve a ninguna parte.
Cuando estoy recogiendo mis pertenencias de perezoso, para ponerme en marcha, el inocente Harry, sonriendo, me tira de la pernera del pantalón y me ofrece un plátano. El niño es la única persona de todo el aeropuerto que se ha dado cuenta de mi mágica condición. Comiéndome el plátano me siento como un mono en la jaula de un zoo. 
A la par que mastico con parsimonia, Harry me mira asombrado a lo lejos. El subidón de potasio me hace reflexionar y llego a la conclusión de que, al final, queramos o no, la jungla lo inundará todo de uniformidad.
Es lo que nos pasa a los perezosos cuando comemos plátanos.

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