martes, 25 de diciembre de 2012

El pendejo que quería escribir


La neta es que me gustaría escribir mejor, pero la realidad me dice que mi escritura es pura chingadera. Por mi cabeza pululan cientos de historias que, por la complejidad en aposentarlas sobre un papel en blanco, siguen revoloteándome por los sesos como una nube de moscos y, a la mera hora, comienzo escribiendo cuatro pendejadas que al tantito me provocan ganas de agarrar un revólver y pegarme un tiro.
Sí, es evidente que tengo algo de paranoico, pero vivo feliz en mi locura que me ayuda a subsistir haciendo de estatua humana en Ciudad de México, en lugar de no parar de escribir, que es lo que a mí me gustaría. Pero no sé.
He pensado en contratar a un escribiente para que me corrija todo lo que no consigo escribir derecho, pero al ratito, cuando pienso en ir a buscarlo a su buró, me da tremenda hueva, mano. Así un día tras otro y yo sin haber escrito mi ópera prima, como Dios manda, buey.
Yo lo que quiero es expresarme, pero por mi oficio de estatua viviente, ¿cómo chingadas lo voy a hacer? ¡Por eso ando frustrado hasta la madre, cabrón!
Me refugio a menudo empedando. Tomo mucho ¿qué crees? Casi todo lo que gano me lo ando gastando en puro vicio. Me gusta el tequila bueno pero, como no tengo lana, me bebo el más barato que encuentro en el Oxxo. El hígado ya lo tengo tan inflado como un melón.
Cuando por la mañana me levanto en la pensión de doña Julia y comienzo a pintarme de plata, odio la pintura, la brocha...y lo mandaría todo a la chingada. Luego me voy a la puerta del restorán de un hotel, donde los ricos, que viven en las privadas y andan con chófer, acuden a desayunar.
Al chófer no lo invitan y este espera tirando piropos a todas las chavas que por allí pasan. Subido a mi pedestal, sin hablarles, les deseo que las sincronizadas o las enchiladas les sienten tan mal, que les hagan pasar tremendo ratito en el tocador. Pero, por lo que parece, mis maldiciones no les causan efecto y se regresan cada mañana tan ricamente.
Lo peor de todo es que este oficio de estatua me aporta mucho tiempo para pensar, buey. Pienso en novelas, que luego no sé ni cómo empezar, ni cómo escribir. He de reconocer que en la prepa siempre andaba expulsado. Cuando estaba dentro, mi única devoción eran las chavas. ¡Cuánto me gustaban! Pero eso era antes de darme cuenta que, debido al poco empeño que le pusieron mis padres, conforme iba creciendo mi fealdad iba en aumento, por lo que la única novia que me recuerdo fue en segundo de primaria.
Noelia era una güerita muy linda. Decía que yo era su novio, hasta que un día apareció por clase con unas lentes. Su madre la había llevado al oculista porque, al parecer, la niña se iba estrellando con todo y la cosa iba a peor. Ese mismo día, en el descanso, me abandonó como a un perro. ¡Cómo me dolió, buey! Se fue a jugar con Marcos, que era hijo de un policía federal de caminos. Marcos siempre decía que su padre tenía un revólver con el que, a la postre, terminó quitándose la vida, un día que se enteró de que venían por él. Alguien había hablado demasiado. Yo me alegré mucho, pero luego me fui a confesar con el padre Damián de puro remordimiento. Me perdonó. El padre Damián siempre quería que me apuntara de monaguillo. Decía que iba a ser muy bueno conmigo, que me iba a regalar no sé qué cosas, pero yo no me fiaba ni de mi padre.
Cómo iba yo a fiarme de mi padre, si siempre andaba pedo y madreándonos a todos. Eso fue hasta aquel día. Lo vi subir por las escaleras. Venía pedo como siempre. Pedo y meado venía el buey. Yo estaba jugando a un lado de la puerta y me retiré, dejando -por descuido- unos cochecitos de fierro, que mi padrecito pisó, lo que hizo que cayera escaleras abajo, partiéndose la cabeza como una nuez. El golpe sonó a hueco. En el suelo movió un poco sus piernas, pero al tantito dejó de hacerlo. Lo vi expirar.
En el entierro mi mamá lloraba más que cuando mi padre la golpeaba con el cinto. Sin embargo, yo no lloré. A la mera hora yo me sentía padrísimo, aunque esta vez no fui a contárselo al padre Damián, porque me quería meter a fuerzas de monaguillo y yo no quería.
Cuando estoy en mi trabajo de estatua plateada, lo único que hago es pensar en lo lindo que sería escribir todas las cosas que pasé y que nunca le conté a nadie, por pura pena. Nadie las conoce. Me gustaría contarlas, pero no sé, buey.
Quizás no sea bueno contar la causa que apartó al padre Damián de dar misa, o el motivo que provocó la anulación de la boda entre Marcos y Noelia la güerita, después de ser novios tantos años, cuando faltaban para el evento no más de tres semanas, o aclarar qué hago yo disfrazado de pirata metalizado y mi único oficio sea hacer de estatua en el Zócalo capitalino y rascarme los huevos con el garfio cuando nadie me mira. A veces, no sabes qué es mejor, buey: si callar las cosas o contarlas.
Así me va la vida. Pero lo que yo siempre he querido, lo que aún cada noche sueño, es ser un gran escritor. No sé si lo lograré. De momento, me conformo con ponerme pedo y que no me caguen mucho las palomas.

Relato perteneciente a mi libro: Momentos de ida y vuelta.
http://www.amazon.es/Momentos-ida-y-vuelta-ebook/dp/B006GGG09M

3 comentarios:

  1. la vida misma es una estatua a la espera de que no la cague ninguna pinche paloma.

    ResponderEliminar
  2. Así se va la vida si no decides actuar, te Cagan si te mueves imagínate si no, un auténtico mexicanto. Maryperas

    ResponderEliminar