jueves, 3 de julio de 2014

Agente secreto


El anuncio lo dejaba claro: Se busca agente secreto. Bueno, lo de claro es un decir. Debajo de ese escueto texto aparecía únicamente un número de teléfono. Como ningún camarero me miraba, arranqué la hoja del periódico y la guardé en el bolsillo. 
Aquella tarde, mientras paseaba por un jardín sorteando todo tipo inmundicias y excrementos caninos, llegué a la conclusión de que, por fin, había descubierto mi auténtica vocación: ¡ser agente secreto!
Al llegar a casa desempolvé varias películas en VHS de Sherlock Holmes y James Bond. Durante toda esa noche las visualicé, mientras hacia justicia a veinticuatro latas de cerveza de marca blanca y a seis bolsas gigantes de Cheetos. Hacía más de una década que no utilizaba el viejo reproductor de vídeo pero, por fortuna, aún funcionaba.
Sin dormir, me lancé a la calle con mi viejo chandal azul con rayas blancas a los lados, con la intención de agilizar mi puesta a punto. A los cinco minutos comencé a sentirme mal y, poco después, desperté en una camilla del pasillo de urgencias del hospital.
Tras percatarme de que nadie me observaba, me quité el gotero. De un salto me bajé de la camilla, me quité la horrible bata azul que alguien, durante mi inconsciencia, me había colocado, y puse pies en polvorosa.
Al llegar a casa, sin más preámbulo, agarré el teléfono y llamé.
-Detectives Anacleto: ¿En qué le podemos ayudar? -dijo una voz femenina.
-Llamo por lo del anuncio del periódico.
-¿Ha encontrado usted a nuestro agente?
-No. Yo no he encontrado a nadie. Yo lo que quiero es ser agente secreto como los de las películas.
-Usted se equivoca caballero. Nosotros no queremos más agentes, buscamos a uno que se nos ha extraviado.
-¿Cómo si fuera un perro? -le pregunté.
-¡Oiga, caballero, sin faltar? -me recriminó la mujer.
-¿Entonces no necesitan agentes?
-No. Ya le he dicho que no. 
-¿Y cómo era ese agente que han perdido?
-Tiene usted la foto en nuestra página web, ofrecemos una recompensa por cualquier información que nos pueda ayudar a dar con su paradero.
-Es que... usted no me va a creer, pero no tengo Internet.
-¿Qué no tiene usted Internet?
-No. Como no tengo ordenador, ni tableta, ni nada de eso, pues no tengo Internet.
-¿Y qué edad tiene usted, si se puede saber?
-Claro que sí, señora, faltaría más, tengo ochenta y seis años, para servirle a Dios y a usted.
-¿Y no cree que ya está usted un poco mayorcito como para estar llamando para reírse de la gente?. ¡Vergüenza me daría! -exclamó la mujer.
-¡Oiga, señora!
-¡Ni oiga ni leches!.
Y me colgó el teléfono.
Después de aquel suceso, me he dado cuenta de que, probablemente, no soy el candidato ideal para ser un nuevo agente secreto a lo James Bond. Para no aburrirme, me he apuntado a unas clases de informática para jubilados.
En la clase, tengo una compañera rubia que me hace tilín. El otro día me preguntó que a qué me dedicaba antes, y yo, en voz baja y poniendo la mano delante de mi boca para que nadie lo escuchara, le dije al oído: rubia, antes era agente secreto, pero, por favor, por nuestra seguridad, no se lo digas a nadie.
Desde ese día la tengo en el bote.


7 comentarios:

  1. Jajaja! Pero que realto mas curioso! Muy loco jaja. Te sigo leyendo. Tu lectora fiel, S.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu atrevimiento. No me hago responsable de los daños psicológicos que mis lecturas te puedan provocar. Saludos.

      Eliminar
  2. Muy devertido, José. Cuando sea anciano, quiero ser como tu personaje.

    ResponderEliminar
  3. jajaja, loco de remate.
    Nos atrapa de principio a fin.

    Siempre me voy con una sonrisa de tu blog.

    Saludos grandes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues Beatriz, mi abuela decía que más vale dar risa que no pena... jajaja.
      Un abrazo fuerte.

      Eliminar
  4. Jajaja, muy bueno no hay mal, que por bien no venga. Saludos

    ResponderEliminar