jueves, 21 de agosto de 2014

Ni Shakespeare ni Bolt


De joven, cuanto más corría más quería correr. Y ahora, algunas décadas después -y algunos kilos de más sobre mi osamenta-, cuanto más escribo más quiero escribir.
Aunque a priori no lo parezcan, esas dos actividades, aun reconociendo su enorme diferencia y funcionalidad, no dejan de llevarnos hacia adelante: la primera en un sentido físico, y la segunda en un aspecto intelectual.
Pero, como todos ustedes comprenderán, no todo el que corre es un atleta, ni todo el que escribe es un escritor. Intentaré explicar un poco mejor esta teoría.
Una vez vi a un joven que corría calle abajo y no era un atleta; resultó ser un simple ladrón que acababa de pegarle un tirón del bolso a una ancianita octogenaria, a la que le rompió la cadera y casi mata a la pobre. Un conocido mío escribió una preciosa nota de despedida, a su esposa e hijos, antes de suicidarse, y no por eso fue un escritor. Lo podría haber sido, tal vez le hubiera ido algo mejor que en el mundo de la construcción. Sobre todo a los que, como él, se apuntaron a última hora al negocio sin saber ni lo que era un ladrillo. Pobre hombre, la verdad. Descanse en paz.
En otra ocasión,  vi corriendo a un señor regordete y con bigote por un paso de cebra tras un caniche que, con toda probabilidad, se le había escapado, instantes antes de que lo atropellara un autobús urbano y lo dejara hecho un whopper sin queso poco hecho. Al caniche no… ¡al señor del bigote! Según el atestado policial, el chofer del autobús que lo atropelló estaba mandando un wasap. A este desafortunado peatón tampoco es que lo pudiéramos considerar un atleta olímpico propiamente dicho. Ni tampoco al chofer que lo atropello lo deberíamos considerar un poeta del romanticismo, pese a los miles de mensajes de amor que le enviara a su amada Dulcinea, llenos de corta y pega de poemas de Neruda, y que estaba veraneando en Tomelloso. Al parecer de allí eran originarios los padres de la chica antes de que emigraran a Barcelona. Por su cautivadora belleza la acababan de nombrar reina de las fiestas y eso llenaba de orgullo al conductor en el momento mismo del atropello. Al parecer, y esto son sólo rumores que él desconocía en el momento del fatídico suceso, la novia le estaba poniendo los cuernos con el hijo del concejal de festejos de la localidad que, dicho sea de paso, tenía un ligero parecido con Gerard Piqué y era propietario de una flota de autobuses especializada en dar servicio a la tercera edad y a despedidas de soltera a las que regalaba el servicio de stripper.
El que de pequeño corría que se las pelaba era mi vecino Octavio, cada vez que en el patio del colegio les tocaba las tetas a las de octavo de E.G.B. Sobre todo a una que tenía una talla ciento diez, que hacía octavo por tercera vez, y que tenía un novio novillero. Una vez lo cogieron entre varias repetidoras y le dieron una somanta de palos, antes de llevarlo al despacho del director y que este lo expulsara. Luego, de adolescente, continuó en sus trece, y su padre, avergonzado,  le pegaba unas palizas tremendas con el cinturón cada vez que alguien iba a su casa a dar las quejas. Pero incasable en su adicción al toqueteo fugaz de mamas a la carrera, de mayor fue ingresado en un centro psiquiátrico. Allí, un psicólogo, al que le faltaba un ojo y le sobrada un dedo en cada mano, escribió un extraordinario informe sobre la obsesión que atormentaba a mi vecino, por el que recibió un importante premio internacional sobre patologías adictivas de origen mamario y que fue publicado por la prestigiosa revista Sciencia.
Pese a todo lo anteriormente expuesto, ni mi vecino era un atleta, ni el psicólogo, por muchos informes que firmara sobre adicciones mamarias -a las que, por cierto, todo el mundo aseguraba que era adicto- nunca llegó a ser reconocido como escritor.  Sus propios compañeros decían de él -quién sabe si por envidia-, que era un mamón. Un mamón empedernido que tenía toda su consulta llena de cuadros de Venus en topless y “bustos” de bronce, propiamente dichos.

Y es que, ya me lo han dicho en varias ocasiones: no corras tanto, Pepe, que las cosas no son como empiezan sino como terminan. Y yo escribo y escribo y nada recibo. Al final, con toda probabilidad, me pase como al psicólogo tuerto y con seis dedos, sólo me quede en mamón. Porque ya de atleta, ni de coña. Y de escritor, aún menos. ¡Vaya mierda!

2 comentarios:

  1. Mamón, no sé, pero cachondo, eres un rato. Buen fin de semana, 'escritor'.

    P.D. Por cierto, no estaría mal que quitaras la prueba del robot cuando se escribe un comentario. Deja que los robots te lean. No infravaloremos su poder. A lo mejor, algún día dirigen las editoriales.

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    Respuestas
    1. Un condenado a muerte antes de la ejecución.
      Dice el verdugo:
      -¿Quiere usted decir algo de morir?
      -Sí, sí. - responde el condenado:¿Puedo contarles un chiste?
      Saludos, Cuentón.

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