Uno, en su ociosidad, tiene muchas cosas que hacer, no se vayan a creer que no. Pensándolo fríamente, cosa que en pleno verano resulta harto complicado, no deja de ser toda una contradicción. Sin embargo, actuamos así: el ocio no es ocioso sino lo cargamos de obligaciones y de compromisos. El consumismo a colonizado el ocio como si de una planta invasora se tratara. La biología del ocio se a convertido en un jungla indómita de actividades programadas para que mantengamos, o, inclusive aumentemos, nuestro nivel de consumo. Por lo tanto, nuestro ocio, nuestro descanso, nuestras vacaciones, son una parte muy importante del sistema económico. Lo que trabajamos nos los sacan cuando descansamos y vuelta a empezar.
El ocio sin consumo es cosa de pobres, de gente de malvivir. Necesitamos cientos de actividades, cientos de fotos, cientos de poses, cientos de cosas previsibles y clonadas, para sentirnos parte de un todo uniforme, y bien integrados socialmente.
El ocio, en sí mismo, se ha convertido en una rareza. De hecho, he escuchado a gente decir que experimenta cierto sentimiento de culpa cuando se toca los huevos a dos manos en el sofá de su casa, o se tumba al sol en la piscina municipal leyendo un libro, por ejemplo: "El año sin verano" del murciano Carlos del Amor. Gente que se siente frustrada sino salta desde toboganes gigantes que te arrojan de cabeza a una piscina llena de cloro y de pelos, y al que para acceder tienes que hacer media hora de cola en pleno chicharrero. El ocio prefabricado, y de catálogo vacacional, es como el chocolate del loro. La programación de las empresas turísticas se convierte en nuestro programa y en el original programa de miles y miles de programados veraneantes ávidos de experiencias únicas e irrepetibles como nosotros.
Yo, también, como todo hijo de vecino, estoy programado para lo que me echen. De hecho, de manera inconsciente ayer subí a mi armario ropero, descolgué, medio zombie, unos bermudas, me los puse y, de ipso facto, me convertí en un turista domiciliario. A mi indumentaria añadí una riñonera, una gorra nike, unas sandalias, y un palo de selfie, y ya estaba listo para mi epopeya veraniega.
Después de tal incontrolada transformación tan sólo me quedó engrasar mi tarjeta Visa, ponerme una crema facial de protección solar, y armarme de paciencia. El resto está planificado.
El verano es lo que tiene. ¡Todos a una, como en Fuenteovejuna!
Así es, el ocio programado no es agotador! a veces es preferible trabajar y solo basta un poco de tiempo libre para poder gastar lo que se gana. Bien por ti, de vez en cuando no hace daño, ser como los demás. Lo unico que yo dejaría de lado, es el palo de selfie.
ResponderEliminarFeliz domingo.
Con el tiempo he ido cambiando mi relación con el ocio, hoy me sigue gustando, pero ya no me interesan los largos períodos, sino los cortos e intensos.
ResponderEliminarUn abrazo.
HD
A mi me gusta el ocio, el verdadero, ese en el que no se hace nada de nada, o como bien dicen los andaluces "no estoy pa'ná", y coincido con Beatriz en dejar el palo de selfie, confieso que me encanta la fotografía pero odio los selfies.
ResponderEliminarAbrazo y disfruta del verano!