miércoles, 27 de abril de 2016

Errores con sabor a café


Cada vez que le sirvo el café, don Félix me confiesa que está más lento que nunca. Que ya no es el de antes, cuando daba clases en la universidad. Él nunca se ha quejado de nada. No es como esas personas que vienen al bar a quejarse por todo y a desahogar sus frustraciones con el camarero. A sus cincuenta y muchos piensa más detenidamente las cosas. El señor don Félix y yo estamos envejeciendo juntos, a uno y a otro lado de esta barra, a la que, sin saber el motivo, le estoy dedicando toda mi vida. Su cerebro y su cuerpo se están adaptando, mal que bien, a esa nueva realidad. Su lengua es más prudente y ha aprendido a callar cuando tiene que hacerlo. Ya nada le afecta tanto: ni cuando pierde su Madrid, ni cuando descubren un nuevo caso de corrupción, ni cuando hace cuarenta y cinco grados a la sombra. De un tiempo a esta parte, todo ha adquirido para él muchas variables, múltiples soluciones, ángulos, grados, intensidades, enfoques, niveles de importancia, de urgencia, de prioridad, que antes no tenía en cuenta a la hora de tomar sus decisiones. Esa precipitación le ha llevado, irremediablemente, a cometer muchos errores. Y a la orilla desierta de esta barra que siempre está llena de gente.  Él sabe que sólo le doy cuartelillo hasta las once y media de la noche, hora en la que me pongo a limpiar. Lo único que realmente le preocupa ahora a don Félix es el avance inexorable del calendario. Dice que los días se le pasan volando -yo le digo que no es para tanto pero siento lo mismo que él-. Las golondrinas tan pronto vienen como se van -me explica-. Las hojas de los árboles, sin apenas darte cuenta, pasan del verde al amarillo, caen al suelo, y el viento las arrastra hasta que se convierten en nada -me comenta con efusividad-. Y así vamos pasando los años. Cada jornada, don Félix se siente más inseguro, y yo también. Se aleja más de lo que fue para convertirse en una imagen distorsionada de él mismo. Sólo se reconoce en sus recuerdos. El que vive ahora en ese cuerpo, que antaño fue tan admirado, es alguien que se parece mucho a él, pero que no hace ni la décima parte de lo que él hacía. 
En los libros ha descubierto vidas que discurren paralelas a la suya y que lo han ayudado a alejarse, temporalmente, del whisky con hielo y el tabaco rubio de liar que tanto daño le hacían. Se refugia, con frecuencia, en personajes que viven, sienten, sufren, y envejecen como él. Yo no leo tanto, pero él me cuenta todas las novelas. Elije personajes con historias como la suya que se van ralentizando hasta quedar convertidos en estatuas de cera, en momias, en fotografías en sepia, en cecina de tumba, en polvo del camino, o en el patético decorado de la barra de un bar de barrio como este. 
Don Félix, últimamente, bebe mucho té con limón y se alimenta de recuerdos. Recuerdos magnificados con olor a naftalina. Excepto cuando me habla de ella. Entonces, su recuperación se desvanece, su rostro cambia de registro, y su mirada cristalina se pierde sobre la balda del whisky escocés.
Para don Félix, el arrepentimiento es como una condena a perpetuidad. Él me sigue hablando de ella como si no hubiesen pasado más de treinta años desde que les sirviera, ahí mismo, en esa esquinita de la barra, el último café que tomaron juntos.
Él no sabe que, pese a no tener estudios, estoy aprendiendo a escribir. Quisiera escribirlo todo antes de que sea demasiado tarde. Todo lo que don Félix y el resto de mis clientes me han ido contando durante tantos y tantos años de cómplices visitas. Visitas siempre cargadas de emociones, de desahogos, y de confidencias impregnadas de un intenso y característico olor a café.

5 comentarios:

  1. Tu relato tiene una gran ternura.
    A mí también me gusta mucho recordar tiempos pasados y es cierto que la vida pasa muy rápido.

    Sin duda, Don Félix es una persona entrañable.

    Un abrazo.

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    1. Gracias Amalia, cada día que pasa nuestros recuerdos adquieren mayor relevancia. Un abrazo

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  2. Creo que el caso de Don Félix ya es mas común de lo que se piensa, ahora simplemente pensamos en a donde se ha ido el tiempo, en que apenas ayer estábamos lamentando que iniciara una nueva semana y hoy ya estamos cerca de un nuevo fin de semana, los días pasan y nosotros con ellos es una inevitable realidad.

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  3. "olor a café" me gusta ese titulo para un libro, y si es café veracruzano mejor !

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