miércoles, 1 de julio de 2015

Bocas del tiempo


Rai es un compañero argentino que de chico pasó más hambre que el perro de un ciego. Su hermano y él recorrían, a diario, cinco kilómetros en bicicleta hasta llegar al colegio. Cuando diluviaba sobre los inmensos campos de soja de La Patagonia el padre los llevaba en su viejo tractor. Esos días de lluvias siempre llegaban tarde a las clases ya que transitaban por un camino sin asfaltar y los camiones se quedaban atrapados en el fango. El padre paraba a socorrerlos del contratiempo y los sacaba del atolladero tirando de ellos con su tractor. Raimundo, ahora, rondando los cincuenta años, corre durante horas para huir de todos esos recuerdos de precariedad que aún le persiguen y de los que durante tantos años lleva intentando zafarse. Como se zafaba de sus rivales cuando hizo carrera como futbolista en Bolivia hasta que las lesiones fueron más fuertes que sus huesos y sus huesos más débiles que sus ilusiones. Todo eso me lo contaba hace unas semanas, un día en el que tuve la fortuna de acompañarle a trabajar, para seguir aprendiendo los dos. A él le cuesta mucho aprender porque tiene la cabeza muy dura. Es más de hablar que de escuchar, lo mismo que se fía más de la cantidad que de la calidad. Dice que corre para pensar, pero yo creo que piensa para correr. Eso le pasa por ser hijo de la inmensidad y oriundo del camino.
De manera inesperada, Raimundo me habló del escritor Eduardo Galeano, en su empeño de enseñarme todo aquello que se sentía en la obligación de darme a conocer de su mundo interior. Se supone que yo soy su jefe. Yo me veo más como su compañero, pero él, por eso de las jerarquías, y por todo lo que lleva corrido a uno y otro lado del charco, me ve como lo que soy.
Así que, como buen alumno de la vida que intento ser, me compré de urgencia un libro de ese uruguayo de Montevideo, fallecido recientemente, cuya boca enterrada, pero no callada, sigue clamando por todos los indefensos de la tierra. Esas víctimas, de color transparente, cada vez están mas cerca de nosotros, tan cerca, que hasta nos hemos contaminado de su indefensión y nuestros sofás y nuestros repletos frigoríficos corren, cada día, más peligro de incendiarse y de vaciarse.
Eduardo Galeano murió donando su voz, y su conciencia, para la eternidad, advirtiéndonos de nuestros errores, alarmado ante nuestra falta de solidaridad. Pese al desesperado llamado de ultratumba del uruguayo, los refugiados siguen creciendo de manera alarmante por todo el mundo, los desempleados crecen por doquier, las guerras campan a sus anchas, los atropellos nos siguen atropellando, los dictadores dictan sin mesura, los demócratas se burlan de sus democracias, y nosotros jugamos con gran destreza al Candy Crush. 
Por eso Raimundo corre, lucha, y no se rinde nunca. A más velocidad, menos se oyen los lamentos de los que ya ni fuerzas tienen para lamentaciones. Él sabe mucho de todo eso. Tuvo la suerte, o la habilidad, para salir de ahí. Sabe que otros no. Corre, suda, y vende, sabedor de que otros nunca saldrán. Cuando nadie lo ve llora al recordar que ya no están ahí ni su padre, ni su hermano, para sacarlos con el tractor. Los afortunados no entendemos de tractores, ni de charcos, ni de todo eso.

2 comentarios:

  1. Hay unos cuantos Raimundos en el mundo, me cuento entre ellos. Pues somos los que sentimos la urgencia de desafiar lo aparente mente dicho.

    Galeano, quiero leer algo suyo.

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  2. Raí es un aguerrido luchador todo el mundo lo sabe y lo que es mejor, lo ven, lo sufren, etc. Pero si que es verdad que en esta vida cuando te faltan muchísimas cosas para vivir o hasta incluso subsistir, el ingenio se agudiza hasta unos niveles desproporcionados......así es para mi, mi Amigo Rai......

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