miércoles, 12 de agosto de 2015

Grandeza


Ahora que todo está callado, ahora que todo el mundo aún dormita en sus últimos sueños, y que tan sólo violan el silencio del momento algunos mirlos encelados, yo escribo sobre mis vacaciones. No he colgado fotos de platos enormes, ni de bebidas de moda, ni tan siquiera imágenes que evoquen mi arrolladora felicidad ni mi potencialidad económica. He leído, he caminado, he comido menús económicos, y no tan económicos, y me he bañado en aguas frías y turbulentas para no perder la costumbre de mi cotidianidad.
Me he enamorado de rostros bellísimos, de sonrisas palpitantes, de bosques de ensueño, de pájaros cantores, de luces, de sombras, de claroscuros, de gotas de lluvia y de rocío, de presencias y de ausencias, y, sobre todo, he vivido un idilio con el termómetro, que en dónde estuve, tiene más respeto al género humano que en dónde hábito.
Pero sobre todas esas maravillas que he disfrutado de manera efímera, y sin exhibicionismo, quería destacarles las dos mejores instantáneas, dos secuencias infinitas de amor y de fortaleza que no pude, ni quise, fotografiar, pero que, no por ello, voy a dejar de compartir con todos ustedes, esperando no herir su sensibilidad con mis torpes, y muy limitadas, descripciones. 
En la primera instantánea aparece un hombre en una silla de ruedas transitando de espaldas por una pequeña carretera local, rodeado de campos de calabazas enormes. El señor, debía sufrir algún tipo de atrofia muscular, alguna enfermedad rara, o imposible, de la que usted que me lee, y yo que les escribo, no tenemos ni las más remota idea, y menos aún cuando estamos de vacaciones, pero que él sufre desde hace años, o quién sabe si desde niño. Se impulsa hacia atrás mediante un único pie, lleva una gorra para no quemarse la cara con el sol. Viaja tan solo como sufre. Las calabazas y las moscas son su única compañía durante su colosal trayecto. Un coche que va delante del nuestro le pita, y él, con suma dificultad, levanta un brazo tan retorcido como el tronco de un olivo milenario y lo saluda haciendo una mueca facial que asemeja a una sonrisa. No me digan por qué, pero al pasar con mi coche a su altura, necesariamente tuve que pitarle para, de ese modo tan egoísta, poder disfrutar, por un momento, de la grandeza de esa compleja y generosa mueca.
La segunda instantánea del verano que quiero compartir con ustedes, mis queridos y respetados lectores, la viví en el hotel. Retrata a una familia feliz: padres jóvenes, con dos hijos, uno mayor y otro más chiquito, ambos varones. El mayor de ellos sufría algún problema similar al señor anterior, o tal vez más extremo, bien podría tratarse de ELA (Esclerosis lateral amiotrófica) como la que sufre el conocido y galardonado científico Stepen Hawking. El niño siempre me miraba sonriente, pero sin duda, lo que más me emocionó, mucho más que cualquier otro paisaje o monumento, fueron las sonrisas continuas con las que nos obsequiaban esos padres, unas sonrisas, tan espléndidas y generosas, que te llegaban irremediablemente hasta los tuétanos. 
¿Qué lecciones tan grandes se pueden esconder tras una simple sonrisa?
Estas dos instantáneas me he traído de las vacaciones. No he comprado souvenir para todos ustedes, pero les he querido compartir estos grandes momentos, con toda la lección de humanidad que llevan dentro.
No se me olvidarán nunca.

En homenaje a mi hermana Merche que padece y sufre, desde hace años, una tremenda y dolorosa esclerosis múltiple.

2 comentarios:

  1. No hay explicación a esas emociones que produce el encuentro con esas personas. Quizá las topamos varias veces en el camino, pero necesitamos realmente verlas a la cara para poder verlas, para poder conectarnos aunque sea por un momento con su persona.
    Tus instantaneas son las mejores imagenes, gracias.

    Y un lindo gesto para tu hermana Merche. Saludos.

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  2. Tus instantáneas me han llegado al corazón, las he construido en mi mente, cada detalle, cada sonrisa.
    A veces por querer fotografiar y eternizar un momento, lo estamos perdiendo.
    Abrazos, uno para ti y otro para Merche.

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