jueves, 20 de agosto de 2015

Poética de las cosas


Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía. Opino lo mismo que Gustavo Adolfo Bécquer. La poesía de ese sevillano universal acercó al romanticismo a los niños de mi generación. En clase, leíamos aquello del: volverán las oscuras golondrinas, y, desde ese preciso e inocente momento, me convertí en un romántico defensor de la poética de las cosas y de las aves migratorias.
Ahora, sobre mi casa, revolotea una bandada de abejarucos que nidifican en unos taludes que hay cerca de aquí. Los veo todos los años. Cuando no los veo, sé que están en África posados sobre el lomo de algún ñu. Los abejarucos sienten una gran solidaridad ante la fealdad de esos antílopes y les quitan sus garrapatas, y todo tipo de parásitos que los acechan, y sufren en silencio cuando, alguno de ellos, sucumbe ante las fauces de una leona ajena a la poesía y al romanticismo becqueriano.
Inclusive, si lo pensáramos bien, hasta el ataque de la leona podría considerarse un gesto poético si, más allá de esa imagen de sangre y carnicería, viéramos a cuatro cachorros de león orgullosos de su madre, la cual se acerca con un costillar de ñu en la boca para darles el almuerzo. 
La vida y la muerte son pura poesía. El feo ñu, contra todo pronóstico, es poesía. Los abejarucos que revolotean, como si bailaran sobre el escenario azul cielo de mi casa, son poesía. El café con leche y miel, que me acabo de zampar, era poesía. Soy un ferviente defensor de la poética de las cosas por obra y gracia de ese señor atormentado por la exuberante belleza de las sevillanas (que por nadie pase) y por la tuberculosis.
Por eso, cuando camino ensimismado en mis días de asueto, sudando la gota gorda, si es que se puede sudar, más allá de los anuncios publicitarios que me incitan a comer un Whopper, o un Big Mac con patatas fritas y bebida gratis, me fijo en la poesía que encierra el mensaje sí mismo. El marketing es la poesía del siglo XXI.
Y, a veces, aunque me cuesta entenderlo, soy consciente de que una buena hamburguesa con carne de ñu no estaría tan mal, sobre todo, si me invitara un señor llamado Gustavo Adolfo Bécquer, me contara de viva voz alguna de sus leyendas, me contagiara de tuberculosis, y acabara mis días, como un eremita, dentro de una oscura cueva -como esta que les muestro en la foto- al borde del océano Atlántico, y escribiendo poesía.
No sé si me explico.

6 comentarios:

  1. El marketing es la poesía del siglo XXI ???? talvez si! .
    Y no! no te explicas ,quiero una wopper para pensarlo.

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  2. jajajaja, es anti poesía lo del marketing. Porqué todo tiene que ser poesía? de repente se antoja ser prosaico y comerse una buena hamburguesa al carbón, sin ver cómo murió la carne, claro, que si miro, se me pasa el antojo!!!

    Será posible vivir sin matar a nadie?

    Saludos y feliz fin. Por cierto, ayer fue mi cumple y me perdí de pasar a leerte, pero ya está, misión cumplida.

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    1. Felicidades con retraso amiga. Cumplir años también es un gesto poético...Un abrazo

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  3. no me gusta la poesía. Prefiero un buen libro.

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  4. Apenas tome en cuenta la cueva, creo que en ese tiempo me importaba mas la whoopper...jijiji I´m so sorry.

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