Mientras escucho y huelo a la lluvia, pienso que existo. Los caracoles acechan con sus cuernos mi osadía literaria, como lo haciera un miura con un infeliz novillero con olor a nuevo, y a cornada, y a sangre, y a enfermería. El olor a nuevo excita a las fieras. El nuevo, el novato, es una presa tan fácil como codiciada. Me siento como un escribiente de reemplazo que desconoce la ortografía y las demás reglas elementales de este juego llamado escritura, y al que otros llaman vida. Escribo con hemorragia, a borbotones, con más fuerza que destreza, y con más nervio que ciencia.
Escribir, sin prescripción facultativa, es una mala medicina; agudiza los síntomas de la nostalgia como un altavoz: los enerva, los distorsiona, los amplifica, los vocea, y los transforma en un detritus literario de difícil comprensión para los neófitos en la materia de lo incomprensible y de la divagación.
Tan incomprensible como la nostalgia que siento cuando llueve. Y cuando su característico olor inunda mis fosas nasales. Y cuando, veinte años después, dentro de unos pocos días, volveré a ser padre.
A los niños les gusta jugar con la lluvia y con los caracoles. Hace veinte años tuve una hija preciosa con el pelo lleno de caracoles de oro. Veinte años después mi vida se inunda nuevamente de agua, y de nostalgia, y me regala otra hija que vendrá preñada de caracoles y de historias jamás contadas.
Esto me lo ha confiado la lluvia esta mañana para aliviar el incendio vivo de mi ansiedad.
Mientras llueve, y cuento los caracoles que zigzaguean entre los charcos, espero no sé qué mirando por la ventana.
Siempre vivimos esperando que suceda algo, porque, queramos o no, al final, siempre hay un algo, aunque en determinadas ocasiones lleguemos a pensar que ya no hay nada. Siempre hay algo ahí para nosotros, esperándonos, acechándonos, aguardándonos, como la lluvia, que llega cuando menos la esperamos y casi nunca cuando la estamos esperando.
Mientras llueve, y cuento los caracoles que zigzaguean entre los charcos, espero no sé qué mirando por la ventana.
Siempre vivimos esperando que suceda algo, porque, queramos o no, al final, siempre hay un algo, aunque en determinadas ocasiones lleguemos a pensar que ya no hay nada. Siempre hay algo ahí para nosotros, esperándonos, acechándonos, aguardándonos, como la lluvia, que llega cuando menos la esperamos y casi nunca cuando la estamos esperando.
Las imagenes de la infancia, la lluvia los caracoles son un juego verdaderamente entrañable. ¿En verdad volverás a ser padre? qué maravilloso!
ResponderEliminarSaludos.
Así es, Beatriz, en breve seré padre por segunda vez. Un abrazo.
EliminarAMIGO LA ILUSION ESTA TAN VIVA QUE RESPLANDECE FELICITACIONES
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